24 de abril de 2010

holaaa!!!! PORFIN PORFIIN PORFIN la segunda parte del capitulo 38:)


Y seguramente mañana el 39. Gracias por esperarme y no odiarme mucho:)

CUANDO por fin abrí los ojos, sabía qué era lo que tenía que hacer. Las sombras que se arremolinaban sobre mi cabeza se convirtieron en caras, y sus facciones en preocupación. Antón frunció su entrecejo y cuando vio que estaba despierta de nuevo, sonrió y dijo algo alzando la vista. Al lado de Antón estaba la inconfundible melena roja de Iara que suspiró, aliviada; después dejó caer su cabeza sobre el hombro de Insua que me guiñó un ojo.

A la altura de sus ojos otros entraron en contacto con los míos. Los angustiados ojos de mi madre. Mi madre. Sonreí.

-¿Tisiana? ¿Me oyes? –dijo mi madre. Su voz sonaba agitada.

Intenté incorporarme colocando mis brazos estirados detrás, de todas maneras, Iara se puso a mi espalda y me sujetó desde allí, con una sonrisa se lo agradecí.

-¿Está bien, Tisiana? –Dijo Antón poniendo una mano en mi frente- Nos ha dado un susto de muerte, señorita,  desmayándose así de repente.

 -Últimamente lo hace a menudo –dijo Insua encogiéndose de hombros, pero con la sonrisa en los labios. Iara le pegó una colleja amistosa.

-Sí, bueno  -dije, alcé la mirada y pude ver más caras curiosas, asentí: no era el momento ni el lugar donde contarlo- , seguramente habrá sido un ataque de ansiedad –Entonces, de nuevo la escena pasó en mi mente, borrando cualquier expresión que tuviese en aquel momento.

Leo. Leo fue raptado por el Señor Oscuro, cuando en realidad me quería a mí. Tenía a mi madre de amenaza para que yo saliese y en vez de salir yo, sale mi novio en ¿defensa? Leo se entregó para salvarme.  Porque no creo que el Señor Oscuro quisiese charlar conmigo. Volví a cerrar los ojos y dejé caer mi cabeza contra el pecho de Iara.

-¡¿Tis?! –Dijo ésta- ¿Estás bien?

-Si –dije con un hilo de voz.

-¿Qué te pasa? –esta vez fue mi madre.

Unos segundos transcurrieron antes de que respondiese:

-Leo.

Mi madre se puso seria y asintió, entendiendo. Alzó los brazos y me abrazó. Mi mirada quedó en alguna esquina vagando mientras me decía palabras de ánimo al oído y Iara con cariño, me acariciaba el pelo. Me ayudaron a ponerme en pie, y los curiosos, guardias y asistentes estaban allí me miraron, atónitos. No se creían que la reina y rey hayan quebrantado la ley más dura de todas, y nada más y nada menos que los reyes de los Cinco. Sus miradas intimidadoras me atravesaban. Miré a la derecha y vi a mi madre, que me apretó la mano y me miró como diciendo: “ahora va lo malo”.

Se estaba haciendo la fuerte. Busqué con la mirada al príncipe Richard, mi hermano. Pero ya no era el heredero. Era yo. Abrí mucho los ojos al darme cuenta de eso. Era heredera del reino mágico de Europa. Y era la heredera del rey líder en los Cinco: los otros cinco continentes, aunque seis reyes más.

Devolví la mirada al público que se iba asomando. Suspiré hondo. Cuadré los hombros y ahora yo atravesaba con la mirada a todos, sin miedo a que se diesen cuenta del color de mis ojos, más bien todo lo contrario, que lo viesen, que se diesen cuenta de que la heredera del trono estaba aquí.

Entonces, con voz alta, clara y autoritaria la reina habló.

-Mi adorado pueblo, os presento a Tisiana, heredera de nuestro reino. Sé que la ley prohíbe el tener otro hijo, pero mi querida Tisiana me fue arrebatada por culpa de una loca, así que pido comprensión y paciencia, ya que hasta que llegue mi marido no hablaremos de esto ni de nada oficial –miraba uno a uno con firmeza pero a pesar de su mueca de la cara, hablaba con dulzura a sus súbditos. Sonreí: era una reina estupenda- . También pido que esto sea un secreto entre nosotros hasta que decidamos contaros toda la verdad.

Los allí reunidos tenían toda su atención puesta en la reina, pero entonces me miraron, se giraron para verse unos a los otros para volver a mirarme a mí.

Poco a poco, y sorprendiéndome, uno a uno fueron bajando la cabeza en señal de respeto.

Mi madre soltó el aire que aguantaba y sonrió.

-Gracias –se agachó ligeramente, agradecida, y me miré. Me quedé plantada allí, seguramente con cara de idiota, y entonces me incliné yo también.

Cuando me levanté, me sorprendí de ver a mis dos amigos con la cabeza agachada, pero me daba vergüenza decir algo. Todos estaban en silencio. Solo el ruido de gente fuera que venía hacia aquí nos decía dónde estábamos y por qué estábamos así. Y me volvió a la cabeza.

Miré a mi madre, y con la cabeza señalé la puerta. Nos dirigimos hacia allí, y entonces la puerta se abrió y una avalancha humana entró en la estancia.

-¡Alteza! –decían.

-¿Hay algún herido? –gritaban también.

-¡Ronald! –otros reconociendo a alguien de dentro.

Anunciando que estaba ilesa mi madre me agarró por la mano, yo a Insua y él a Iara, y en cadena salimos del gran hormiguero ese.

Nos guió por los enormes y laberínticos pasillos hasta llegar a una puerta doble alta, blanca y con manillar de oro.

Mi madre se cogió del cuello una cadena de la cual pendía una llave que entró perfectamente por la cerradura, la giró y abrió la puerta.

Entramos a una majestuosa habitación con un ventanal enorme frente a nosotros. Una cama matrimonial estaba a la derecha con un baúl al pie. Dos mesitas estaban al lado de la cama, y por el lado derecho una puerta estaba cerrada. A mi izquierda había un tocador y al lado una puerta que estaba abierta y se podía ver un lavamanos.

Era la habitación de los reyes, mis padres.

Ella hizo aparecer cinco sillas y en ellas nos sentamos Insua, Iara, Antón, mi madre y yo. Entonces respiré hondo, una, dos, tres, cuatro veces.

-Tis, ¿qué te pasó? Porque no fue un desmayo, ¿a qué no? –dijo Insua.

Negué con la cabeza con la vista al suelo.

-¿Fue una visión? –dijo de nuevo él.

Asentí.

-Del Señor Oscuro –afirmó él, pero de nuevo, asentí.

Iara y mi madre cogieron aire.

Levanté la vista.

-Quiere hacer un intercambio –dije.

-¿Cuánto quiere? –dijo Iara inocentemente.

-Mucho –dije yo.

-Le daremos lo que pida cielo, tranquila –dijo mi madre apretándome la mano.

-Creo que Tisiana no ha terminado –dijo Insua.

Todos se quedaron en silencio mirándome.

-Quiere hacer un intercambio –repetí- la vida de Leo por la mía.

-¿Qué? –saltó Iara.

-Ya se nos ocurrirá algo para… -empezó Antón.

-No –le corté-. Tiene un rehén. Tienen a Jotapé.

Iara e Insua se miraron.

-Y no pienso decir que no.

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