31 de octubre de 2009

CAPITULO 3

Tenía el cabello largo y oscuro. Se diferenciaba del mío porque era completamente liso. Su cara, aunque se notaba que era mujer, tenía un matiz jovial. Sus labios eran carnosos, un poco menos que los míos, pero igualmente gordos. Tenía un precioso collar violeta intenso, algo más oscuro que sus ojos. Verifiqué por si me equivocaba que sus ojos eran violeta, y además eran un violeta igualito al mío.

 Volviendo a su boca, ésta me sonreía y me decía algo, pero no lograba entenderla, no escuchaba sonido alguno salir de sus labios.

 Comencé a desesperarme. ¿Qué me estás diciendo? Le quería decir. ¿Qué? ¡Habla! Pero de su boca no salía nada. Espera, sí salía algo. Era un extraño pitido, una melodía que me sonaba…

 

Apagué el despertador y me eché a reír. La melodía que me sonaba era mi música para despertarme.

 Mientras me duchaba pensé en el bello rostro de aquella mujer. Me sonaba muchísimo de algo, me parecía, incluso familiar. Pero era imposible. Sus ojos violetas eran idénticos a los míos. Puede que me esté convirtiendo en vidente, y esté viendo el futuro. Pero qué digo. Si me escuchase alguien.

 Terminé de ducharme y me vestí; con unos vaqueros y una camiseta blanca iba de muerte, palabras de Don César, mi jefe, y sobre todo porque llevaba un delantal puesto por encima.

 Bajando por las escaleras tropecé con Sara. Si es que mi mala suerte no termina ni aunque muera.

 -Uf, vaya, la chusma se levanta tempranito, ¿eh?- me dijo.

 -Aparta pesada-respondí malhumorada.

 -Por aquí alguien se levantó con el pie izquierdo-sonrió Sara, señalándome. Su aquelarre, compuesto por María y Helena rieron con una risa falsa. Ignoré su último comentario y la aparte de mi camino.

 Saliendo del orfanato me recibió un sol precioso, que se había escondido detrás de una nube, y me arrepentí de no haber cogido una chaqueta, pero ya llegaba tarde.

 Los últimos metros los hice corriendo. Don César me recibió malhumorado amenazándome con bajarme el sueldo si seguía llegando tarde. Me daban ganas de contestarle que adelante, que lo hiciese, que total, su paga era una miseria. Obviamente yo solo asentía pidiéndole disculpas, y ocupé mi puesto.

 Como siempre, casi no hubo gente, pero el puesto de Don César simplemente no era, lo que se dice, productivo.

 Don César me había pedido que cerrase la tienda porque él se tenía que ir temprano, otra vez, por lo que yo llegaba tarde con mis amigos, otra vez.

 Crucé la calle rápidamente, sin pensarlo, y cuando me di cuenta del coche, ya era demasiado tarde.

 El claxon sonó avisándome, y yo solo me pude cubrir la cara con los brazos a espera del golpe, que no llegó. Lentamente aparté mis brazos para ver que el coche había quedado a unos centímetros de mí. Aliviada, suspiré.

 El conductor bajó con cara de susto, que enseguida cambió por una media sonrisa que me saco de quicio.

 -Casi me atropellas, ¿y sonríes?-le espeté. Y entonces le reconocí. El chico de ayer, el de << ¿Quién eres?>>

 -¿Me quieres matar?-fue lo único que le pude decir.

 -¿Yo? Pero si eres tú la que cruza sin mirar. No sé si te enseñaron alguna vez en la escuela a mirar a los dos lados antes de cruzar, niña.

Pero ¿Qué le pasaba a la gente con esa palabrita?

 -Perdóneme por mi mala acción señor-ironicé. Obviamente no era un señor, con esa cara que tenía. ¿Llevaba un uniforme colegial de verdad? Agité mi cabeza y seguí andando hasta la otra acera.

 El coche se me acercó, y bajó una ventanilla.

 -¿No crees que soy muy joven para esa palabra?-me preguntó.

 -¿Y yo algo mayor para esa palabrita?-respondí.

El conductor se echó a reír y me s risa me hizo sentir un retorcijón en el estómago.

 -Bueno, bueno, empate, ¿vale? ¿Te llevo a algún sitio?-volvió a preguntar.

La pregunta me cogió con la guardia baja.

 -¿Qué si puedes…? ¡No, claro que no!

 -¿Por qué no?

 -¿Es que nunca te enseñaron a decir no a los desconocidos?-bufé.

 -Vale, tu ganas. Pero enserio, ¿te llevo a un sitio?-me dijo más tranquilo. Le miré a los ojos, y allí me quede, con el no en la boca. Eran de un precioso azul océano. Aparté la mirada y dije:

 -Ya quedé.

 -Te llevo -respondió rápidamente.

Suspiré.

 -¿Te vas a dar por vencido?-negó enérgicamente con la cabeza y sonrió, sabiendo de su victoria. Volví a suspirar- Que sepas que nunca me meto en los coches de los desconocidos tan fácilmente-añadí abriendo la puerta y entrando en el coche.

 -Claro que no-me dijo-Además, yo no soy un desconocido cualquiera, soy uno que está muy bueno-dijo. A ese comentario yo me reí, aunque no mentía.

 -Y tampoco soy un desconocido-me dijo tendiéndome la mano-Soy Leo.

 -Tisiana-dije tendiéndole la mano.- ¿Sólo Leo?

 -No, soy Leonardo, pero no le perdono a mis padres ese nombre, por lo que todos me llaman Leo.

 -Al revés de Jotapé-dije.

 -¿Qué?

 -Nada.

Estuvimos varios minutos en silencio en los que yo observé el coche. Tenía los cristales tintados, la tapicería era toda de cuero negro. Se notaba que era caro. Con el rabillo del ojo observé el volante y luego sus manos, que parecían acariciar el volante. Sus brazos se veían musculosos. Tenían una fina sudadera, que parecía de una escuela, pero nunca la había visto. Levanté algo la cabeza para ver si tenía escudo.

 -¿Te ayudo?-dijo Leo.

 -¿A qué colegio vas?

 -A un internado privado-respondió el rápido.

 -¿Cómo se llama?

 -¿A qué orfanato vas?-contraatacó.

 -Bueno, es un poco obvio, ¿no? Al del pueblo.

Leo asintió pero no dijo nada más.

 -¿De dónde salen esos ojos violetas?

 -¿De dónde salen esos ojos azules?-pregunté medio en risa, medio preocupándome.

  Leo compuso una media sonrisa.

 -Si nos vamos a poner duros, necesitamos más tiempo.

 -¿Me estás pidiendo otra cita?

 -¿Esto es una cita?-me dijo, alzando una ceja y mirándome.-Porque si es así, nunca suelo ser así, la verdad…

 -No, no, no, Ja Ja, no, esto no es una cita, no claro que no-balbuceé nerviosa y ruborizada.

 -Bueno, lo que sea esto, necesito hablar contigo.

 -¿Porqué tanto interés? ¿Mis ojos? No sé porque salieron así, creo que mis padres los tenían los dos marrones, pero no son nada del otro mundo. Hubo otra chica con ellos, ¿lo sabías?

 Leo asintió, ero tenía el entrecejo fruncido.

 -Perdimos mucho con su ida.

 -¿Su ida, su ida a dónde? ¿Perdimos? ¿Qué dices?- Leo estaba mirando al frente mirando a la nada, cuando de repente me miró sorprendido de que estuviese allí.

 -¿De verdad quedaste, o podemos hablar?

 -¿Vas a contestar a mis preguntas?

Tras vacilar, Leo asintió. Saqué el móvil del bolsillo y marqué el número de Jotapé.

 -Que hay, Jotapé…No es que me he retrasado mucho…comed sin mí que aún no salí de la tienda-miré de soslayo a Leo para ver que este sonreía-nos vemos en la tarde….sí, chao.

 -Así que esto es una cita secreta-sonrió.

 -No es una cita, ni siquiera te conozco-bufé-míralo más como…un cuestionario secreto, sí eso, como en las pelis.

 -¿Soy yo el policía y tu el ladrón? –añadió ligeramente con picardía. Yo le miré atónita.

 -¿Quieres que llame de nuevo a Jotapé?-pregunté muy seria. Su respuesta fue una mueca para contener la risa.

 -¿Jotapé? ¿Qué clase de nombre es Jotapé? ¡No, no, no!-dijo, al ver que sacaba el móvil. Me cogió de la muñeca en la que estaba la mano, y me dijo:-No sé quién es ese Jotapé, pero si significa que te vas, no le llames, enserio, necesito tus respuestas.

 -¿Por qué?

 -No lo sé ni yo, pero, esos ojos Tisiana, esos ojos no son de por aquí.-Añadió muy serio mirándome directamente  los ojos algo más intensamente que la noche anterior. Volví a sentir algo muy profundo en mi interior, como si averiguasen toda mi vida, por lo que bajé la mirada, ruborizada.

 -Está en verde-dije.

 -¿Qué? –preguntó, fuera de lugar.

 -El semáforo-dije, señalándolo-Está en verde.

 -Ah, claro.

Leo arrancó el coche y nos dispusimos a ir…a alguna parte a charlar sobre él…y sobre mí.

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