17 de diciembre de 2009

CAPITULO 27

HOLA MIS AMOORES (LL) 


Este es mi último capitulo que voy a subir yo (: El próximo será mi amiga Laura (: Sed bueenas jajaja, bueno espero velver pronto, y en mi ausencia echadme de menos (; Un gran beso a todos:D

SE OS QUIERE :


  EL hermoso vestido blanco que me había comprado me quedaba a la perfección. Me estaba mirando al espejo que Iara tenñia en la puerta de su armario –increíble, lo sé- y me miraba maravillada.

  En realidad sí parecía una noble de los siglos de Luís de Francia. El cuello redondo dejaba ver un poco de la curva de mis pechos, pero formalmente. Las mangas, apretadas desde las manos hasta los codos, me daban movilidad absoluta, luego, por lo hombros la textura era más dorada y extraña pero preciosa.

   Mi pelo medio agarrado medio suelto, caía en bucles tanto por delante como por detrás. Un mechón de mi flequillo caía travieso, pero le daba un toque de modernidad a la máscara que había encontrado junto al vestido.

  Era dorada con bordados, preciosa, perfecta que se curvaba perfectamente a mi cara y hacía relucir mis ojos violetas por detrás, los cuales estaban perfectamente maquillados. Suspiré al recordar toda esta tarde.

  Después de salir del McDonald, habíamos ido a una peluquería en el quinto pino donde había más chicas de mi internado. La primera en pasar fue Iara que desapareció bajo una tela. Luego me tocó a mí.

  Una agradable centaura me atendió y pasamos a su recámara. Allí me pidió que me quedase en ropa interior, y roja como el tomate, me dispuse a quitarme la ropa. Me tumbé sobre la camilla y la centaura, que me dio su nombre: Amelie, comenzó. Para romper el hielo me preguntó sobre el baile, mí vestido… todo eso y ella me dijo que en sus tiempos, cuando fueron los bailes, nunca pudo llevar vestido, y eso fue lo que más le disgustaba sobre su naturaleza.

  Me contó sobre su gente, que tenía dos hijos y estaba felizmente casado con el macho de la manada.

  Su voz, dulce y maternal me dio confianza y poco a poco, el pudor dejó paso a mi boca, para poder hablar y conversar con ella.

  Después de esa sesión fuimos hacia las peluqueras que nos harían el peinado. Me despedí de Amelie y ella de mí con un “ojalá tuviese tus piernas, Srta. Severino” a lo que me sonrojé.

  -Bien preciosa –había dicho la mujer atrás de mí, mirándome por el espejo- ¿Cómo quieres tu peinado?

  Me encogí de hombros, y Iara contestó por mí:

  -Recógeselo para un vestido de tus siglos, pero déjale un toque moderno, ¿ok?

  -Está bien –sonrió. Se agachó y puso sus manos en mis hombros, la silla en la que estaba sentada tembló un poco- Es mi especialidad, quedarás hermosa, ya verás.

  Me sacó la toalla del pelo y éste cayó mojado por mis hombros, y la chica de detrás de mí empezó con su especialidad.

  Que en verdad lo era, pensé para mí viéndome en el espejo. A mi lado, Iara estaba dándose los últimos retoques del maquillaje, porque según ella, yo la estresaba mucho.

  En el camino hacia la peluquería me había gritado feliz que Andrew le había pedido ir para el baile.

  -¿Pero no tenía novia? –le había dicho.

  -No sé. Pero al cuerno con ella, me lo pidió a mí, ¿no es cierto?

  Yo me encogí de hombros y seguimos con nuestro camino.

 -¡Dios, Tisiana! Ya son las nueve, tenemos que ir bajando pero que ya. Que llegamos tarde.

 Me agarró de la mano y me sacó de la habitación. No había alma por los pasillos así que apuré mis pies para darnos prisa. Bajamos las escaleras a todo correr y yo iba rezando para no tropezarme con los tacones y con el vestido, ya veíamos las puertas, nos acercábamos más y más. Tocamos, nos abrieron y ¡por fin! Entramos.

  Habían convertido totalmente el comedor. Ahora se veía inmensamente más grande con la cantidad de espejos que había allí. Multitud de chicas con la misma clase de vestidos que los nuestros bailaban reían con su pareja. Con la mirada, busqué la mía.

  Iara había pasado su mano por brazo, como una hija agarra su padre hacia el altar, y nos dirigimos hacia Insua, quien supimos quien era por su pelo azul eléctrico.

  Con un traje azul, nos recibió sonriente con una chica bajo su brazo. Tenía el mismo vestido que Iara, sólo que marrón. Sentí como Iara se ponía tensa.

  -El tuyo es más bonito –le susurré al oído. 

  -Lo sé –contestó más relajada.

Nos acercamos completamente hacia los dos.

  -Chicas, estáis… -dijo Insua- irreconocibles.

  -¿Y cómo es que sabes quiénes somos? –le dije yo,

  -Tus ojos –dijo moviendo su cabeza hacia mí y luego hacia Iara- tu pelo. Sois únicas –rió.

  -Ya, bueno, ¿y nuestros acompañantes? –dijo mi compañera, impacientándose.

  -Fueron a por bebida, vienen enseguida.

  -Pues que se apuren, porque yo quiero bailar el baile de presentación.

Unas trompetas sonaron anunciando el comienzo del baile, y cuando Iara iba a ir en busca de otro chico, apareció el suyo… pero sin Leo.

  -Tisiana, me pide disculpas, pero está con su hermana, dice que si quieres que vayas con él, o que si no, esperes aquí que vendrá enseguida.

  La pareja se fue y comenzó la música. Me senté en una silla y vi bailar a las dos parejas, con envidia, para qué mentir. Pasaron tres, cuatro canciones y Leo no venía, así que me levanté y me dispuse a ir a por él, pero Derek, que no sabía de dónde había salido, me pidió para bailar, y no le rechacé.

  Comenzamos a bailar un vals, ambos cortados y rojos mirando nuestros zapatos.

   -Y bueno, ¿por qué estás solo? –le pregunté. Giro, vuelta y otra vez frente a él.

   -Mi chica me dejó tirado –contestó.

   -¡Oh! Lo siento –dije, pobre Derek. Aunque me había parecido el más tímido, nadie se merecía un plantón- ¿Qué pasó?

  -Bueno, se puso enferma –yo asentí.

  -Entonces, no te preocupes… -comencé.

  -Pero la acabo de ver bailando con otro tío –me interrumpió. Me quedé callada- Con un vampiro –escupió.

  -Ella se lo pierde, Derek, y déjame decirte que seguramente tu bailas mejor –le sonreí. Derek se animó y comenzamos a dar más y más vueltas, canción tras canción, cuando, en un momento me topé con unos exactamente iguales a los míos.

  Tropecé y paré de bailar, pero esto sólo hizo que me acercase más a él.

Volteé mí cara hacia Derek y apurada le dije:

  -Oye, voy a buscar a Leo, está tardando mucho –y salí corriendo.

Abrí las puertas de un manotazo y doblé a la derecha. Me levanté la parte baja del vestido para correr más rápido. ¡Mierda!, pensé.

  Escuché cómo unos pasos corrían detrás de mí, lo bueno es que escuchaba cómo sólo eran dos los pies que corrían.

  Frente a mí no había salida, y paré en seco. Di la vuelta. Me acordé que unos metros atrás había pasado una salida, y cuando iba a ir por allí le vi.

  Paré en seco. Estaba a unos tres metros de mí, y no había nadie que me tapase. Podía ver su traje negro con su máscara blanca –que ahora tenía en la mano- su pelo requetepeinado y sus labios algo hinchados de tanto besuqueo.

  Pero le podía ver perfectamente. Como él a mí.

Me estaba mirando. Me estaba mirando a los ojos. Me estaba mirando directamente a los ojos. Violeta con violeta.

  Sentí una gota de sudor por mi frente. No podía ser, me había pillado. ¿Qué pasaría ahora?

  -¿Quién eres? –Preguntó- ¿Por qué tus ojos son violetas?- Yo estaba callada. Miré al suelo. -¡Contesta! –gritó. Me asusté y corrí por la salida a la derecha, pero tropecé con mi vestido y Richard me alcanzó. Me agarró del brazo, pero no me di la vuelta.

  -Sácate la máscara –me ordenó- ¡Ya!

Como no le hice caso, se acercó más a mí y sentí como su mano cogía mi máscara quitándomela. En el último instante, cuando su dedo estaba a unos centímetros de mi boca, a abrí y le mordí.

  -¡AH! –gritó.

Le empujé para atrás y calló. Tenía miedo. Tenía que hacer algo. Abrí mis manos y de ella salió una corriente amarilla.

  -Lo siento –le dije, pero salí corriendo.

 Me volví a poner la máscara y detrás de una columna, varios metros más allá, respiré hondo. Levanté la vista para apreciar que la puerta de la enfermería estaba a tan solo unos pasos.

   Cuando abría la puerta, frente a mí estaba Leo hablando con una mujer que me daba la espalda, pero su pose, su aurea, su peinado… ya sabía quién era. Era la reina.

  Llevaba un vestido violeta clarito con un sombrero, que a seguro le tapaba la cara.

  Leo me saludó con la cabeza, y esperé unos momentos para que terminase con la reina, cuando pasó por delante de mí, me agaché respetuosamente, mirando al suelo.

  Al salir la reina del cuarto, me refugié en los brazos de Leo.

  -Siento no haber ido, pero la reina quería atender a Yaki, y no la podía dejar sola –dijo Leo, su aliento revolviendo mi pelo.

  -Da igual. Enserio –me puse de puntillas y le besé en los labios.- ¿Cómo está ella?

  -Ya está mejor, seguramente a partir de ahora en dos días, estará vivita y saltando por ahí, pero ese susto no se lo perdono –rió Leo.

  -No sabes como me gusta cuando te pones de hermanito mayor –le dije alzando provocativamente una ceja.

  -¿Enserio? –preguntó el brindándome con una pícara sonrisa- A mí me gustas cuando eres mala, sobretodo.

  Esas dos palabras me borraron la sonrisa de la boca.

  -¿Qué? –preguntó él.

  -Ay, Leo, tuve un accidente con el príncipe… -le conté mi encuentro con él y mi extraño rayo amarillo.

  -Bueno, es fue Magia Instintiva, lo más seguro fue que le borrases la memoria, es lo primero en que pensamos cuando pasa algo que no quieres que se sepa y alguien lo ha visto.

  De la mano fuimos a unas butacas que estaban frente a la puerta de Yakira. Mi vestido era muy grande para aquellas butacas y se salía por fuera. Entonces Leo me miró de arriba abajo, con una media sonrisa provocándome un rubor en las mejillas.

  -¿Qué? –espeté.

  -Nada. Es solo que… Estás muy sexy en ese vestido –dijo atrayéndome a él.

Me besó. Enterré mis manos en su cabello y le apreté más hacia mí. Sus manos buscaban fundirse en mi espalda. Su lengua se abría paso por nuestros labios, enrollándose junto a la mía. Ligeramente me mordió causándome un gemido bajo. Sin previo aviso, se separó y se levantó.

  Tenía pinta de modelo de perfume con el traje, su corbata echa a un lado, su camisa ligeramente abierta, su pelo despeinado, sus labios hinchados por nuestros besos y pintados de mi gloss y esos ojos… que me miraban con pasión.

  Me tendió la mano y se la cogí. Se inclinó ligeramente, y dijo:

  -Madame –reí, entusiasmada por su juego y posé mi mano derecha sobre la suya izquierda extendida. Por donde su mano derecha pasaba me dejaba una corriente eléctrica, hasta por fin parar en mi espalda baja. Mi mano izquierda se dejó caer suavemente sobre su hombro izquierdo.

  -¿Lista, Sra. Severino? –preguntó Leo.

  -Lista, Sr. Royal –sonreí. Él se estiró completamente y… comenzamos el vals. Un, dos, tres y un, dos, tres y giros, vueltas, paso y paso, giro…

  Bailando el baile que no pudimos bailar en el comedor nos pegamos cada vez más. Al principio bailábamos con pasos abiertos, con giros casi todo el tiempo, luego fuimos yendo más despacito, hasta que mis brazos terminaron alrededor de su cuello y mi cabeza posada sobre su pecho. Sus ambas manos agarradas a la parte baja de mi espalda.

   Algo vibró en el bolsillo de Leo. Nos separamos, asustados, y Leo cogió su móvil. Tras unos “ajás” y “ya vamos” colgó.

  -Vamos, que nos están esperando –dijo. Se dio la vuelta a la habitación de su hermana. Le seguí.

  -¿Qué nos esperan? ¿Quién? ¿Dónde? –le pregunté.

 Yakira dormía con una sonrisa en el rostro, signo de que ya no le molestaba su organismo. Leo se acercó a ella y besó su frente. Cuando todavía estaba cerca de la cara de su hermana me miró y sonrió.

  -La temperatura está subiendo, Tis. Córtate un poco –dijo.

  Me puse roja como un tomate y salí de la habitación a esperar a Leo, quien salió detrás de mí.

  -¿Dónde vamos? –repetí.

  -¿De verdad crees que la fiesta termina aquí? –Sonrió- Vamos a tu habitación, con Iara, a cambiarte.

  -Oh, Oh.

 

***

 

Era toda una suerte que Iara hubiese encontrado mi vestido negro en el fondo de mi maleta. Lo había planchado y cuando entré a mi habitación, ya estaba listo para ponerse sobre mí.

  Leo me dejó frente a mi puerta quien dio paso a una sonriente Iara.

  -Andrew me besó –dijo feliz. Como niñas de diez años nos pusimos a saltar a lo idiotas. Después ella se puso un mega-sexy vestido color rojo, palabra de honor con apertura por las piernas.

  Se puso unos tacones de quince centímetros rojos también, y parecía una modelo. Se retocó un poco el maquillaje, y luego me ayudó a mí a quitarme mi vestido blanco, para ponerme el negro.

  Como la última vez, éste resbaló perfectamente por mi piel y encajó en sobre mi cuerpo moldeándolo. Como el de Iara, mi vestido también era palabra de honor, y su florecilla –en el lado derecho- estaba algo aplastada. Con la mano la volví a poner bien.

  Sentí las manos de Iara atándome el lazo de atrás que me quedaba por debajo de mis pechos.

  -Estás preciosa –dijo Iara. Me miró los zapatos, bueno, los pies que iba descalza- pero algo bajo quedará mal. ¿Qué talla usas? –me preguntó.

  -37-38 ¿por? –dije.

Iara desapareció en su armario, y resurgió con un par de tacones… no, con un buen par de taconazos colgando de sus manos.

  -Toma, prueba. –Pero no hizo falta ningún esfuerzo por mi parte porque Iara se agachó, cogió mis pies, y sintiéndome Cenicienta, me puso los tacones.

  -Bueno, ya eres diez centímetros más alta –sonrió ella cuando nos mirábamos por el espejo.

  -Eso es demasiado. Me voy a caer –dije.

  -Te acostumbrarás.

  -Seré más alta que Leo –puse una mueca.

  -Y yo que Andrew, pero eso les pone. Bueno, si eres un poquito más alta, si eres una Torre Eiffel no –rió.

  Sonó la puerta. Iara cogió diez euros y se los puso…

  -No –dije, cuando me tendió a mí otros diez euros- No me los voy a poner.

  -Oh, vamos, entre las tetas es el típico sitio de las mujeres –sonrió. Me puso el dinero bajo la nariz- Cógelo.

  -Puedo llevar cartera –dije.

  -La perderás. O –bajó un poco la mano- ¿quieres que Leo te deje dinero y vea lo pobretona que eres? –dijo.

  Puse una mueca pero cogí el dinero y me lo coloqué entre mi sujetador y mi pecho. Iara sonrió y abrió la puerta.

  Tanto Leo como Andrew se habían peinado también, y ambos abrieron mucho los ojos cuando nos vieron. Iara rió encantada y agarró la mano de Andrew marchándose escaleras abajo.

  -Princesa –dijo Leo tendiéndome la mano.

  -No soy princesa –dije.

  -Pero luces como una –contestó él.

  -Pero no lo soy –me crucé de brazos como una niña pequeña.

 Leo bajó la mano y miró al suelo, abatido.

  -Y yo que quería ser tu príncipe –dijo. Levanté la vista y la clavé en la de él.

  -¿De verdad? –dije.

  -De verdad de la buena –sonrió. Sabía que había ganado, y su sonrisa se ensanchó cuando le di la mano y bajamos las escaleras. Más parejas y grupos se habían cambiado su ropa de época para llevar vestidos de ésta época.

  Mi grupo y yo nos hicimos paso hasta Insua, que nos esperaba en la puerta con otra chica diferente. Derek no estaba. Alcé una ceja a Insua, pero él me guiñó un ojo, provocándome una sonrisa.

  -Bien –dijo- ¿Y adónde vamos?

  -¡A la disco! –saltó Iara.

 

***

 

Mis piernas temblaban. Leo me agarraba por debajo de los brazos. Nunca había bebido tanto. No, sí lo había hecho, pero esas extrañas bebidas que dan en las discotecas mágicas eran muy fuertes.

  -Me duele todo –me quejé.

 Nos habíamos ido antes de tiempo por mi culpa. Mi estómago estaba a punto de echar toda la cena. Iara aceptó, aunque fue malhumorada. Cuando quedaban dos cuadras para llegar al punto de encuentro del internado, eché la pota. Leo se había quedado conmigo. Insua dijo que vomitaría él también, y Iara me llamó estómago débil –aunque ella estaba –aún más borracha que yo- y había estado en cabeza con Andrew todo el camino.

  -Lo sé –susurró Leo. Había vuelto a vomitar antes de entrar al edificio de las habitaciones. Nos habíamos quedado muy atrás… y bueno, también nos habíamos quedado dando el lote, para que mentir.

  Por fin llegamos a mi habitación, tras las largas escaleras. Mis ojos ya se estaban cerrando cuando…

  -¿Por qué no se abre? –pregunté enfadada mirando el pomo de la puerta que parpadeaba con un color rojo.

  -Porque Iara ya entró –dijo Leo con una sonrisa en la boca. Me di la vuelta para mirarlo.

  -¿Y eso que tiene que ver? –Me estaba poniendo de mal humor con tanto misterio. Quería ir a la cama y quería ir ya.

  -Pues que entró con Andrew –dijo él.

Mis ojos se abrieron más y automáticamente me separé un poco más de la puerta.

  -Oh –Fue lo único que dije. Me dejé caer al suelo.

  -¿Qué estás haciendo? –dijo Leo extrañado.

  -Acomodándome para dormir –dije. Ya no tenía poder sobre mi cerebro, lo que decía era automático. Mi mente ya había desenchufado.

  -¿Aco…? ¡Estás loca! ¿De verdad crees que te voy a dejar dormir aquí? –dijo Leo agachándose para ponerse a mi altura.

  -Sí, bueno, si no me dejas dormir tendré que matarte.

Leo rió entre dientes.

  -Bien, vamos, arriba –me sentó de nuevo, y con varios jadeos consiguió ponerme en pie. Me enfadé.

  -¿Pero qué haces? ¡Quiero dormir! –dije.

  -Y te llevo a eso. –Contestó él respirando fuerte.

 Sentí cómo mis pies dejaban de tocar suelo, y Leo me llevaba sobre sus brazos. Mi cabeza reposaba en su pecho escuchando sus latidos.

  -¿Adónde me llevas? –susurré.

  -A mi habitación –dijo él en el mismo tono.

Y antes de cerrar los ojos, dije:

  -No me suelo emborrachar, enserio.

  -Vale.

  -¡Créeme! –dije.

  -Con las veces que llevas repitiendo eso, te creo Tisiana.

¿Lo he repetido mucho? No lo sé, porque en aquel momento, dejé que mis ojos se cerrasen y me dejé llevar por el leve movimiento de los brazos de Leo.

  Sentí como jadeaba al subir unas escaleras, y como le costaba abrir una puerta. Entonces, una superficie blanda estuvo debajo de mí y mi cuerpo se amoldó al colchón. Sentí como Leo me quitaba los zapatos y me tapaba con una manta. Entonces, se escuchó otra puerta cerrarse y me desperté. La luz del baño estaba encendida, se veía por la rendija, y con la mínima luz de la luna que había pude ver que Leo me había dejado un pijama a mi lado. Lo cogí y no pude evitar olerlo. Me impactó el perfume de Leo, y me quité rápidamente el vestido, para ponerme el pijama a la misma velocidad. Me quedaba enorme, pero admito que era sexy.

  La puerta del baño se abría y me hice la dormida. Por un ojo entreabierto vi cómo Leo –que se había puesto el pijama: pantalones cortos ¡sin camisa!- se acostaba en la otra cama.

  Antes de que me diese cuenta, me había puesto en pie y me había quedado mirando a Leo, al lado de su cama.

  -¿Tis? –Dijo él- ¿Qué…? ¿Qué quieres?

  -¿Puedo dormir contigo? –Me sorprendí que el susurro fuese mío- Sólo dormir, lo prometo.

  Pude sentir la vacilación de Leo. Suspiró. Se echó a un lado y apartó la manta para que entrase.

  -Sólo dormir –dijo.

  -Trato hecho –me colé a su lado y me dejé abrazar por sus brazos. Esta vez me apretujé más a él, sintiendo sus músculos, y su pecho subir y bajar por la respiración. Sus manos se habían metido por debajo de mi camiseta pero sin tocar nada. Una pierna mía se coló por en medio de las suyas entrelazándolas.

  Mi mareo crecía más y más con mi sueño. Besé el cuello de Leo. Antes de abandonar completamente la conciencia, sentí los labios de Leo sobre mi pelo.



Bueno, os dejé un buen toocho ee!! jaja, Disfrutad de tooodos estos siguientes días.... EXTRAÑADMEE y no queráis a Laura más que a MI jajajajaja 


nati (:

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