2 de diciembre de 2009

CAPITULO 21

Hoola (: Bueno, pos a disfrutar se ha dicho, no? Vamos, eso espero :D


NOS quedaríamos más rato en silencio cada uno con nuestros pensamientos, pero Leo gritó de dolor, y fue entonces cuando me di cuenta de que su brazo, bueno, seguramente estaría roto. Así que le seguí cuando comenzó a caminar hacia el coche.

  Una vez allí se quedó quieto, y se volteó a verme.

  -No puedo conducir así –me dijo, señalándose el brazo. Me lo quedé mirando.

  -¿Qué quieres que haga? Porque no pienso hacer ningún autostop raro, eh –le advertí. Leo rió, pero negó con la cabeza.

  -No, quiero, necesito que conduzcas tú. –Me reí, pero al ver su cara tan seria, paré.

  -¿En serio? –Él asintió- Mierda. –cerré los ojos.

  Me senté en el asiento delantero, siempre quise conducir y todo eso, pero a los dieciséis, sinceramente, era muy raro. Sin contar que todo lo que sabía sobre un coche es que en el centro del volante está el claxon.

  -Tú tranquila, el coche es automático, así que gira las llaves, mueve la palanca para reversa –hice lo que me decía, muy lentamente- muy bien, ahora, despacito, gira el volante hacia la izquierda… bien, ya, ahora –movió él las marchas, se puso el cinturón, cosa que yo también hice. Me miró- Mujer, no pongas esa cara –rió.

  -Tú preocúpate por enseñarme.

  -Bien, ahora dale al acelerador, no, ése es el freno –saqué mi pie derecho de freno, y lo puse en el derecho –y poco a poco, acelera, lo demás, es fácil.

  Así que me dejé llevar, y como casi no había curvas, fue muy fácil, claro, hasta que llegamos a la ciudad.

  -¡PARA! –di un frenazo en el semáforo. Leo jadeó y se miró el brazo. No tenía buena pinta- Cuando está en amarillo, no es que aceleres, si no que vayas más despacio.

 Despacito, fui quitando el pie del acelerador. Cuando el semáforo se puso en verde, volví a presionar, y Leo me dijo que girase a la izquierda, pero se me olvidó (¡No sabía!) poner el intermitente. Así que cuando pasados unos segundos se escuchó la sirena, Leo comenzó a soltar tacos, y mis manos a temblar y a sudar.

  Leo me dio un papelito y le miré, era verdad que ya había hecho un carnet, pero, hacerlo para él era una cosa, y hacer un carnet para el policía.

  Suspiré. Qué demonios, pensé. Cuando el policía tocó la ventanilla, y sonreí con la mejor sonrisa que pude, le entregué el papelito.

  El policía asintió, pero enarcó una ceja.

  -¿Seguro que tiene dieciocho? –dijo.

  -Y dos meses –según mi carnet.

  -Pues debería saber, que en la ciudad siempre hay que poner los intermitentes, sino quiere…

  -Es que tenía prisa, señor –interrumpí- mi amigo se ha roto el brazo e íbamos camino al hospital.

  -Ya veo –dijo el policía, se agachó y puso una mueca al ver a Leo, y me giré para verle con lágrimas en los ojos, sudando, y mordiéndose el labio para no llorar –síganme, ¿vale?

  -Ok –sonreí. Cuando cerré la ventana, acerqué mi mano a la cara de Leo- lo siento, de veras, no quería…

  -Lo sé, tranquila –sonrió- últimamente los policías te paran por todo. -Cuando me miró, sentí cómo mi corazón se derretía por aquellos ojos azules. Había que admitirlo, le quería, me gustaba, y al parecer, le gustaba, así que no entendía por qué…

  La sirena interrumpió mis pensamientos, suspiré y con mucho cuidado seguí al policía.

  Con la ayuda del policía, llegamos mucho más rápido saltándonos semáforos y todo eso, parecía una película. La cabeza de Leo iba y venía, y de vez en cuando, en contra de su voluntad, se le escapaba un gemido.

  -Gracias, señor –le dije, desde el coche.

  -No hay de qué jovencita, pero la próxima vez, aunque se esté muriendo, respete las órdenes.

  -Claro que sí –dije, aunque ya se había ido.

Iba a abrir el coche cuando Leo posó una mano en la mía. Me miró, con esos ojos.

  -Tisiana, sé que te lo prometí, es sólo que –se puso rojo y bajó la mirada- y lo seguiré cumpliendo, lo prometo, pero quiero que supieses que me gustas, de verdad, y qué si algún día cambias de opinión, espero que sea el primero en quien pienses.

  Mi corazón pareció pararse por una milésima de segundo, pero no supe qué decir, así que huí.

  Abrí la puerta del coche, esperé a que él saliese, y entramos en el hospital. No llevábamos ni media hora, y ya estaban vendando a Leo.

  Estuvimos en silencio todo el tiempo, mientras mi cerebro procesaba las palabras que me había dicho, pero sólo pillaba, sólo escuchaba “me gustas de verdad”.

  -Vuelvo enseguida, ¿vale? –dijo la enfermera.

Miré el brazo vendado de Leo, y después a sus ojos, me quedé sin aliento.

  Me estaba mirando con esa sonrisa pícara tan suya, que hacía que mi corazón latiese a mil por hora. Sabía que estábamos en un sitio público, y hasta me sorprendí cuando escuché mi voz decir:

  -Ya no aguanto más, me da igual lo que te haya dicho antes, porque yo también te quiero –así que tiré de su camisa, y con furia, posé mis labios en los suyos, ignorando su gemido de dolor que se transformó en un gemido bajo y gutural

  Con la mano buena me acarició la espalda y yo enterré mis dedos en su oscuro cabello. Nos movíamos al mismo compás con fiereza, por fin volviéndonos a juntar y esta vez por voluntad, y creo que nos llamaron tres veces antes de que nos separásemos, con las mejillas sonrosadas y jadeando, pero sonrientes.

  -Bueno, Sr. Royal, el internado se encargará de los pagos, ya se puede ir –dijo la enfermera tratando de no sonreír en vano.

  Salimos del hospital cogidos de la mano.

  Llegamos al orfanato y se vino a mi habitación, en la cual estuve el resto de día, metida con él. Besándonos, riéndonos, acariciándonos…

  -Toc Toc, ¿se puede? –se escuchó la voz de Jotapé en la puerta.

Leo y yo, con los labios hinchados de tanto besuqueo, nos separamos.

  -Sí, claro –dije.

 Jotapé pasó y se quedó en la puerta con una media sonrisa e la cara y una ceja enarcada cuando nos vio: labios hinchados, pelo revuelto, abrazados.

  -Bien, siento interrumpir, pero ya está la cena, y me temo que tienes que venir, si mal no recuerdo, mañana te vas –dijo Jotapé, y se tapó la boca, me deshice de la mano de Leo y fui a abrazarlo.

  -Claro, vamos –despedí con una mano a Leo, y seguí a Jotapé. Estábamos los dos de la mano, bajando las escaleras en silencio cuando se escuchó el murmullo de una multitud.

  -Oh no, ¿qué habéis hecho? –dijo Jotapé.

  -Nada –rió. Me abrió la puerta para ver a todos mis compañeros en el comedor reunidos. Había un cartel en el que ponía “te echaremos de menos” y me sentí estúpida cuando me tapé la boca con la mano, y lágrimas emocionadas cayeron por mis mejillas.

  Nunca me llevé muy bien con todos los del orfanato, si es que los odiaba prácticamente, pero no les deseaba ningún mal, por eso me emocionó que se hubiesen molestado tanto.

  Melisa me abrazó y me cubrió a besos. Sentí que otros brazos se juntaban, supongo que Jotapé se había unido, y de repente, todos nos estábamos abrazando, y comenzamos a saltar y a gritar.

  -¡Tisiaaaaana! Tisiaaaaana!

  Cuando nos separamos todos se sentaron, y me miraron atentos, como si quisiesen que yo dijese algo. Suspiré.

  -Yo, esto, gracias a todos por esto, la verdad es que no me lo esperaba –dije, nerviosa, tocándome las manos que comenzaban a sudar- Mañana me voy y comienzo una nueva vida, pero espero poder venir a visitaros lo más rápido y con los más cortos períodos posibles. Como ya sabéis, me voy a otro país –dimensión, pensé- así que será difícil venir cada fin de semana, pero espero venir una vez al mes. Mis… nuevos padres harán todo lo posible para que venga, pero, bueno, tampoco quiero depender de esto. Si me voy, quiero comenzar una nueva vida, nuevos amigos, pero conservando a los que tengo. –Todo se quedó en silencio ¿Qué estoy haciendo? Siempre había suspendido Literatura a la hora de decir los trabajos orales, y ahora la estaba cagando, así que rápidamente acabé- Pero no pasará un día en que no os extrañe –miré a Melisa y a Jotapé- por qué os quiero mucho, chicos, gracias por todo –terminé. El comedor estalló en aplausos, y pronto comenzó la música y la comida.

  La Srta. García permitió a Meli dormir conmigo, y la verdad es que nos lo pasamos bien, hablando, recordando cosas, pintándonos las uñas con hacíamos de pequeñas, hablando de chicos… no nos dormimos como hasta las cuatro y mucho.

  Al despertar, no pude evitar quedarme mirando el techo estrellado de mi habitación. Lo había decorado yo con miles de estrellitas porque cuando era pequeña, soñaba que estaba en el avión con mis padres, y lo que veía era el cielo estrellado, y que todo era un maldito sueño.

  Melisa se removió a mi lado.

  -Buenos días –dijo, sonriendo con pereza.

  -Buenos días –contesté mirándola, apreciando su belleza que tanto envidiaba, pero que ahora sólo producía en mí añoranza. Melisa me ayudó a bajar las maletas, las tres maletas. Nunca fui de comprar mucha ropa, la verdad, pero ahora que veía mis patéticas maletas, desearía haber hecho caso a Melisa cuando ésta iba de compras.

  -Bueno, tenéis vosotros tres el día libre –dijo la Srta. García señalándonos a Melisa, Jotapé y a mí. Nos miramos, sonrientes, y volvimos a subir a nuestra habitación.

  -Es increíble que te vayas –repitió Melisa por no se cuánta vez.

  -Es más increíble aún que haya llegado ese día –dije yo.

 Estábamos los tres sobre mi cama, rodilla contra rodilla mirándonos, agarrados de las manos.

 Melisa sonrió con la mirada desenfocada.

  -¿Te acuerdas la primera vez que me vino… -miró a Jotapé- eso manchando mis pantalones, y me encerré en el baño, y para que saliese –prosiguió Melisa- le robaste un rotulador rojo a Manuel, rompiste la tinta y te la echaste encima?

  Reímos ante el recuerdo.

  -Recuerdo, después de haberlo hecho, gritarte que como no salieses te sacaba a patadas.

  -Y salí –dijo Melisa.

  -Sí, y cuando llegamos al orfanato, te cambiaste, pero yo había estropeado mis pantalones favoritos –dije. Aunque al principio me había molestado, incluso llorado, ahora reí con ganas junto a mis amigos.

  El sol se escondía tras el horizonte mientras charlábamos, y cuando llegó la directora diciéndonos que bajásemos, nos miramos. Lágrimas se escondían en nuestros ojos, dificultándonos la vista. Salieron Jotapé y Melisa, y eché un vistazo a mi habitación.

  Era increíble que tanto odié esa habitación, y que ahora, con cada fibra de mi ser, la quería, quería seguir viviendo allí, escapar por la ventana, volver a plantar las macetas donde las flores yacían muertas. Esconder a Jotapé y/o a Melisa en el armario cuando llegaba el toque de queda.

  Mirar el techo y soñar con el pasado intentando recordar a mis padres.

  Quería quedarme, pero sabía que no podía, y una parte de mí, sabía que tenía que ir al internado mágico.

  Cerré la puerta y bajé las escaleras, allí me esperaban todos en la recepción. Besos, abrazos, lágrimas de personas desconocidas, de todo me encontré antes de llegar al lado de mis “padres”.

  -Bueno, pequeña –dijo Laura con una voz maternal- Despídete, que nos vamos.

  -Claro –dije, se me cortó la voz.

Moví la mano como una autómata, y salí a la calle. Los huérfanos me siguieron. No sé lo que fue, pero me paré en seco y giré para ver mi habitación, y allí en la ventana, asomado, estaba Leo. Sonreí, y me hizo un gesto con la cabeza.

  Mis ojos se posaron en una figura que aunque estaba en primera fila, estaba encogida, con la cabeza gacha.

  Solté la maleta que llevaba yo y corrí a abrazarlo.

  -Jotapé… -se me quebró la voz. Un sollozo ahogado se me atravesó por la garganta- Eres la persona más importante en mi vida. Te llamaré todos y cada uno de los días que se pueda. –le prometí en un susurro- Lo único que te pido es que no me olvides, amigo. Porque si lo haces, no creo que pueda con todo lo que se me viene encima.

  Jotapé me abrazó más fuerte.

  -Pensé que no reaccionarías –dijo refiriéndose a las hermosas palabras que me dijo hace unos días. Deduje, por el sonido de su voz, que estaba sonriendo, y le conocía tan bien, que sabía que había puesto los ojos en blanco.

  -Soy algo lenta –le dije separándonos. Nos miramos.- Te quiero, Juan Pablo.

La comisura de la boca de Jotapé se movió ligerísimamente hacia abajo.

  -Y yo Tisiana Severino.

Nos abrazamos, y enseguida se nos unió Melisa, y con las manos de mis amigos a mi espalda me dirigí al coche negro, que me esperaba con la puerta abierta. Que me esperaba para comenzar una nueva vida.

1 Comment:

  1. Josita said...
    Hola!

    Somos un blog literario que promociona blogsnovelas, y nos ha gustado mucho la tuya.

    Estarías interesada en intercambiar banners y seguirnos mutuamente?

    También nos gustaría poder contactar contigo por email, ¿tienes alguno en el que podamos mandarte nuestra propuesta?

    Ya nos dirás! :) te esperamos en Mientras Lees.

    http://mientras-lees.blogspot.com

Post a Comment



Template by:
Free Blog Templates