2 de febrero de 2010

CAPITULO 34

hooola! jajajaja de  nuuevo, bueno aqui va el cap.32 (:




ESTUVE en brazos del tío unos cuantos minutos, mareándome. Las voces de mis amigos se escuchaban en alto, la protesta de la reina… pero nada paró a los gorilas que me cargaban y que arrestaron a mis amigos también.

  -¡Richard! Por favor, hijo, acaba de despertarse, ¿cómo le vas a sacar del hospital así? –Gritaba la madre atrás- ¡Richard!

  -Lo siento madre –era lo que le contestaba él.

Miré hacia arriba, hacia el techo, viendo desaparecer las luces, el techo blanco del hospital, por uno grande, alto, hermoso, con arañas llenas de pequeñas diamantes. No tenía fuerzas, y quizá tampoco ganas para mirar a mí alrededor.

  Era cierto: me iban a arrestar, y todo porque creían algo que desde luego no era. ¿El Señor Oscuro? Por favor, si parece el nombre de un viejo del cómic que quiere dar miedo, cuando en realidad es un niño inteligente que se venga de que Superman no le haya firmado un autógrafo.

  Pero, ¿qué tenía que ver yo con él? Hasta hace, ¿qué? ¿Una semana atrás? Yo no sabía ni siquiera que la magia era una verdad fuera de libros y películas.

Bueno, quizá dos. Ya no sabía. Pero desde luego, habían estropeado mi futuro.

  En el orfanato lidiaba con las cosas de adolescentes normales: instituto, novios, amigas idiotas, enemigas, chico guapo… y estaba Jotapé. Mi hermano. ¿Dónde estaría él ahora? Había hablado con él cuando llegamos del aeropuerto, mientras cogíamos las maletas, me había dicho que ya era oficial: Melisa ya no le hablaba. Ya no quedaba de la antigua Melisa que conocíamos, pero un chico muy guapo, llamado Jorge, había sido trasladado al orfanato de La Coruña, porque en Madrid había hecho no se qué.

  Ahora, estaba bajando en los brazos de un musculitos por unas escaleras estrechas, con las paredes de piedra alrededor dándole un aire frío a todo.

  -Ponedla aquí. –Dijo alguien. El chico que me cargaba me bajó, y me empujó dentro de lo que parecía una jaula de piedra.

  Caí de rodillas e intenté levantarme, lo logré con toda la energía que me quedaba.

  -A los demás ponedlos en las siguientes, separados –dijo el príncipe- no quiero que planeen algo de lo que puedan arrepentirse.

  Entonces se acercó a mí. Estaba apoyada en una barra de metal de la puerta.

  -Veamos Tisiana, ¿dónde está? –preguntó.

  -¿Quién? –dije desconcertada.

  -El Señor Oscuro.

  -No lo sé –confesé- No le conozco, no tengo nada que ver con él.

  -Oh, vamos, ¿y qué nos atacasen el hospital cuando tú estabas?

  -Coincidencia –susurré, estaba exhausta de todo.

 Por el rabillo del ojo pude ver cómo Richard abría la boca, pero entonces, el hombre que me había traído dijo:

  -Alteza, creo que se va a caer –abrió la puerta lo más rápido posible, y me cogió al vuelo, entonces, le sonreí agradecida y me dejé caer a la inconsciencia.

 

 “Sabes quién soy” me decía una voz. Estaba inconsciente, porque todo a mí alrededor era negro, y aunque no veía a la persona que me hablaba, sabía que era un hombre. Mayor, por su tono grave, y poderoso, muy poderoso en todos los sentidos. “No sé quién eres” dije pero enseguida me di cuenta de que no hablé, fue un pensamiento que cruzó por mi cabeza, pero estaba segura que aquel hombre lo había escuchado. “Desde luego que te escuché, princesita” Aún con aquel diminutivo, su voz era dura, grave e insensible. Sin ningún tipo de afecto, ni amor, ni odio… nada. “Sólo que no te acuerdas de mí, haz memoria” Apreté mis ojos cerrados para hacer lo que la voz me pedía, y descubrí algo: en efecto aquella voz me resultaba familiar. ¿De qué? “Veo que te han protegido bien” ¿Protegido? ¿De quién? “De mí” “¿Por qué?” dije, pensé. “Porque te quiero para mí. Juntos, seremos tan poderosos que gobernaremos el mundo, tanto mágico como mortal” Estaba confundida ¿Quién era? “Lo sabrás pronto, hermosa princesa, ten paciencia, y lo sabrás” dijo él “Ahora, despierta”

 

  Tosí. Tosí como si me fuese la vida en ello, como si hubiese tragado demasiada agua. La tos me desgarraba la garganta, y me senté de golpe, abriendo mucho los ojos. Una mano me dio golpecitos por detrás suavemente.

  -¿Está bien, alteza? –dijo cordialmente una voz masculina. Mis ojos se posaron en los de un señor mayor, bajito y rechoncho.

  -Esto… sí, gracias, pero no me llame alteza, no lo soy.

  -Bueno, con todo el respeto –dijo el hombrecito- Ya lo creo que sí.

  -¿Ah, sí? –enarqué una ceja.

El señor, que iba vestido con un delantal, se acercó a una mesita con ruedas, donde tenía comida y pastillas. Me dio una bandeja con un desayuno que me hizo la boca agua.

  -Veréis, está usted prisionera, más le tratan como a una princesa.

  -Eso no tiene que ver –dije dejando el bollito de nuevo en la bandeja. Fruncí el ceño, porque tenía razón. Pero no tenía sentido. Dios, estoy harta de esto.

  -Hay más –dijo el hombrecillo, haciéndome beber una especie de medicamente con sabor a fresas.

  -Cuénteme, por favor –le pedí.

  -Por supuesto, alteza –dijo- Pero mientras come, eso será lo que le pida a cambio.

  Asentí y cogí un bollito. No le diría que no por nada del mundo. Mis ojos vagaron por las paredes de piedra, la poca iluminación, el camino detrás de las rejas, mi camilla con sábanas blancas que no pintaban nada allí, antes de posarse en los ojillos rojos del señor.

  -Ayer, cuando llegasteis, el príncipe cometió el error de someteros a tanto estrés, porque de lo que os estáis recuperando es de la energía que gastasteis salvando a la Srta. Green, y el estrés es como veneno. –Me sirvió un poco más de leche, y por unos instantes sólo sonó la cuchara mientras revolvía mi chocolate caliente- Entonces, al llegar aquí, caísteis al suelo. Podría deciros que en estado de coma, pero desde luego no fue así, pero sí en lo llamado sueño Reparativo. Así que lo único que pudimos hacer fue ponerte en esa cama –señaló un colchón que me dieron náuseas- hasta que entró la reina a la celda.

  Las pequeñas cejas grises del señor se elevaron hasta casi llegar a la mitad de la frente.

  -Nunca había visto así a la reina, ¿sabe? Ella es muy calmada, y hermosamente inteligente. Pero su hijo… su hijo puede con ella, le da muchos disgustos pero es su heredero. Y como muchas madres, se deja llevar por el  malcriado de su majestad el príncipe Richard –me miró, asustado- No se lo diga.

  -No se preocupe –dije con la boca llena.

  -Bueno, echa una furia echó a casi todo el mundo de aquí, y ella misma te tomó el pulso. Y fue cuando se asustó. Estabas muy fría, demasiado. Se levantó con la autoridad de una reina, que bueno, es lo que es –el viejo se sonrojó- y señaló al príncipe.

  “-Tú –dijo- no vuelvas a pasar por alto mis órdenes. Hasta que yo muera o renuncie, sigo mandando yo. Quiero que te largues de aquí, Richard, y espero que aprendas la lección, porque desde luego, ni tu padre ni yo renunciaremos después de esto. Casi matas a una inocente.”

  “-¡No es inocente! –Gritó Richard- ¡Mira sus ojos madre! ¡Son violetas!”

  “-En tal caso, yo me ocuparé de ello con tu padre. Tú no tienes nada que ver en esto. Me has defraudado, hijo. Íbamos a renunciar para verte regirte como rey, pero después de esto, ni a los cuarenta estarás preparado. Un rey no puede cometer esta clase de errores simplemente por un impulso –la reina estaba seria, tremendamente seria y con la mirada triste- Vete a tu habitación.”

  >>El chico iba a replicar, pero con una mirada a un guardia, y éste se lo llevó.

  -¿Y por qué crees que soy princesa? No lo veo claro… -dije.

  -Muñoz, Gabriel Muñoz –dijo el señor.

  -Pues no lo veo claro, Sr. Muñoz.

  -Veréis, el príncipe siempre ha sido algo así de impulsivo y todo esto, pero sólo tiene ¿catorce, quince años? Es completamente normal. Pero yo estuve aquí, princesa, y desde luego lo que la reina y su hijo tenían en común en la mirada era el miedo. Llevo trabajando aquí doscientos años, vi crecer a sus antepasados y a ellos, les conozco incluso mejor que ellos mismos.

  -Y si tenían miedo –dije tragando una tostada- es porque piensan de verdad que soy algo del Señor Oscuro. Ay, Dios, mío. ¿Y si es verdad? –gemí, angustiada.

  -Srta. Severino, no se preocupe –dijo, sacando la bandeja de mi regazo y sentándose a mi lado con ayuda de una banqueta.

  -Veréis –dijo- yo también pensé eso, pero algo me hizo cambiar de opinión.

  -¿El qué? –pregunté, intrigada.

  -Después de que el Srto. Richard se marchase, la reina mandó buscar una camilla, y sirvientes para limpiar aquello. Le quería cambiar de lugar, pero yo insistí en que no –dijo mirándome con una disculpa- el frío le haría bien, no crea que le quería mantener aquí encerrada. Además, por el bien del pueblo, es mejor que cuanta menos gente sepa de usted más seguro será para todos. –Se quedó en silencio unos segundos, antes de proseguir- Y de repente, usted comenzó a desvariar. Su cabeza se movía de un lado a otro, y le subió una fiebre repentina. Su alteza se acercó a usted y le sacaba los mechones sueltos de la cara, pero eso se lo he visto hacer durante años, Srta. Severino, a los niños de Europa que vienen a pasar aquí la Semana Real. Lo que me llamó la atención –dijo, mirándome a los ojos. Yo me acerqué más a él- Lo que me llamó la atención fue la delicadeza y ternura con el cual lo hizo. Y después de quedarme mudo por esos gestos, le miré a la cara.

  -¿Qué pasó? –dije. ¿Por qué se callaba?

  -En su cara había una mueca con el más y bonito profundo…amor.

  -¿Amor? –Espera, no había oído bien.

  -En efecto, Srta. Severino, amor. El amor está cuando ves crecer a tu planta sembrada, hay el amor que le tienes a una mascota, el amor de una pareja, de dos enamorados –sonrió, nostálgico- y hay el amor que le tiene una madre… -me miró directamente a los ojos- a su hija. 

   Casi me caigo por el peso de mi boca abierta. Enseguida me eché a reír.

  -¿La reina, mi madre? –El Sr. Muñoz enarcó una ceja, repentinamente serio- Lo siento, es que ya me lo habían dicho antes, pero cuando usted lo dijo… lo dijo de una manera –gesticulé círculos con las manos- que bueno, casi me lo creo y todo.

  -Después de decir cosas sin sentido –dijo él siguiendo con la historia, pero con un brillo especial en los ojos- se convulsionó. Una, dos, tres veces. La camilla llegó en ese momento, y la dejamos allí, y unos minutos después, usted se quedó laxo. Como muerta. –Frunció el ceño- Tuvimos miedo por usted.

  >>Por aquí se pasearon la reina y su novio, cada vez que venían, yo salía, para dejarles intimidad. Y entonces, de madrugada, usted se puso tensa. Y si no fuese porque es imposible, por sus gestos de cabeza, y mi experiencia –el señor contestó confundido- diría que usted estaba atenta a algo… como escuchando.

  Un escalofrío recorrió mi columna vertebral recordando aquella voz.

  -¿Hay algo que quiera contarme, Srta. Severino? –dijo entrecerrando los ojos.

Le miré a sus rojos ojos, y titubeé.

  -En ese caso, me lo contará a mí –dijo una voz desde la puerta. Alcé la mirada, y sonreí atontada cuando vi a mi novio aparecer. Se quedó en la puerta con una postura de lo más sexy- Si no le importa, claro, Dr. Muñoz.

  -Yo ya me iba a dormir, de todas maneras –dijo incorporándose el doctor. Me miró- Vuelvo al anochecer, Srta. Buenas noches, o buenos días –y dicho eso, se fue.




AHORRA EL CAP 35 (:

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