7 de febrero de 2010

CAPITULO 36 (primera parte)

HOLA !!! Aquí os traigo la primera parte del cap 36, porque enserio, es el capítulo más largo de toda la novela. Enserio, pero lo siento, es super revelador el capitulo y no lo podía acortar, pero sí partirlo en dos.
Mañana subiré la segunda parte. (Unas doce o trece horas más tarde jaja)

Un abrazo, SHHHH que empieza! (:


 

PESTAÑAEÉ varias veces para volver a acostumbrarme al presente. Intenté asimilar la Visión que la reina me había dejado ver.

  No era un secreto, al parecer, para la realeza que el Señor Oscuro vivió. Y no sólo eso, sino que tuvo descendencia, y que según el hechicero, se vengaría.

  Los siglos Oscuros donde comida faltaba y guerra sobraba, era un aviso de lo que llegaría para la batalla final, donde un supuesto heredero salvaría a el mundo Mágico. Un heredero de la sangre real. Aquel salvador que traería luz y bondad de vuelta, a cambio de su vida.

  Tragué saliva, ¿Qué tenía que ver todo esto conmigo? Las tripas se me revolvieron, esperándose lo peor.

  -Alteza, ¿cree usted que yo podría ser descendiente del Señor Oscuro? –pregunté, asustada.

  La reina suspiró

   -En primer lugar, llámame Claudia, creo que nos vamos a conocer mejor. Y en segundo –me miró, y se encogió de hombros- no lo sé, hija mía, si fuese predicadora te podría decir qué nos deparará el futuro. Pero sólo soy reina.

  -Bueno –dije tras un silencio- ya sabemos que soy la última. Mis padres murieron en un accidente de avión.

  La reina se irguió.

  -¿Cómo? –preguntó.

  -Sí, bueno, nos íbamos a Roma… creo cuando el avión cayó terminando con sus vidas. Bueno, en realidad con ciento ochenta y seis vidas, y éramos ciento ochenta y siete pasajeros, contando al piloto y azafatas.

  >>También explica que haya acabado en un orfanato, ¿sabe? –dije. Las cosas comenzaban a encajar- Nadie respondió por mí. Era obvio, al fin y al cabo, por ley sólo pueden tener un hijo, y por muy malos que fuesen sus antepasados, mis padres eran legales. Seguramente mis abuelos hayan muerto. –Se me quebró la voz.

  -Y de allí mis ojos violetas y la aparente facilidad para controlar todas las afinidades –susurré.

  La reina Claudia se volvió a tensar.

  -¿Aparente facilidad para todos los elementos? –dijo en bajo, más para ella misma que para mí. Sacudió la cabeza- Bueno, el caso no es ese Tisiana. Es… -suspiró, cansada- que no me vas a creer, pero sí. Tu eres heredera de un trono, pero no del descendente de el Señor Oscuro, no, no –negó chasqueando la lengua- sino… sino del mío.

  Mis ojos se abrieron mucho, e incrédula, miré a la reina. ¿Su-suyo? ¿Qué está diciendo? ¿Qué yo era hija suya? Porque si ella era reina, y yo su hija…

  -Alteza… majestad, se está equivocando, verá, mi madre… mi madre era rubia recuerdo su pelo brillante al sol, sus ojos de color azul… -dije.

  -Ya te die que no me creerías, Tisiana, por eso te traigo aquí, otra visión, pero una visión que empezó hace veinte años… con mi boda con el rey.

  -¡NO! –dije asustada. Tenía miedo de lo que pudiese ver, porque si de verdad era hijas suya, ¿Quién era la mujer a la que yo llamé madre tanto tiempo?- ¡Está mintiendo! Conocí a mi madre, y no era usted. Era rubia, lo recuerdo –repetí- ¡usted es morena! –Respiré hondo- No me va a engañar.

  Miré al suelo. La reina me miraba, triste creo.

  -Por favor –dije- por favor… márchese –pedí. Sentía las lágrimas arder en mis ojos. Puede que fuese reina… pero desde luego no iba a dejar que me tratase así. No era mi madre. Todo el mundo lo pensaba, pero yo no soy princesa.

  -Se lo pido… -dije.

La  reina suspiró y se levantó, pero se puso frente a mí. Con la mirada baja podía ver sus manos agarradas. Las separó y levantó la derecha llegando a mi barbilla y levantándomela.

  -Tisiana, yo… -aparté mi exactamente igual mirada de la suya- escúchame. Sé que no tengo derecho, pero, fue por tu bien. Yo… -volé la vista de vuelta a sus ojos- lo siento.

  Un mareo repentino y ¡pop! Todo se volvió negro.

 Como bien recordaba con Leo, apareció una extraña pantalla de cine delante de nosotra­­s para comenzar con la Visión. Ya no podía escapar, así que fulminé con la mirada a la reina.

 ***

Campanas sonaban alegremente, anunciando la boda. La hermosa novia salía de la iglesia de su nuevo esposo, el heredero Richard.

  Arroz, pétalos de rosa, flores blancas eran lanzadas por sus invitados y por el pueblo.

  Richard se había enamorado perdidamente de Claudia cuando fue por casualidad a una cafetería. Una chica normal con unos hermosos ojos marrones, con los cuales había entrado a la iglesia, pero no salido.

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  Todos los presentes se arrodillaron ante los nuevos reyes. Sonrientes, se agarraron de la mano. Nadie lo veía, pero Richard conocía perfectamente a su mujer y percibía su nerviosismo. Apretó su mano con afecto.

  “Te amo” le susurró. Su hermosa amada le mandó un beso.

Entonces las puertas se abrieron. Todos se quedaron en silencio. Una vieja entró tambaleante, agarrada de un palo.  Se acercó a los nuevos reyes y con un dedo vacilante, señaló a la reina.

  “Dentro de su barriga majestad, dentro de su barriga está el nuevo salvador. El heredero que nos dará valor” Y cayó de rodillas.

 La reina se agarró la barriga, y se temió lo peor.

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Siete meses. Siete meses habían pasado desde el comienzo de su reinado, desde aquella segunda profecía que decía que el salvador había llegado, y que lo iba a tener ella.

 Y hacía unos instantes, había llegado la tercera. La reina resopló, estaba harta de las puñeteras profecías que escribían el destino de aquella vida que nacía en su barriga desde hacía cuatro meses.

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La luna bañaba el sudoroso cuerpo de Claudia. A la mujer le dolía todo. Movía ligeramente la cabeza de un lado a otro en un gesto negativo temiéndose lo peor, pero nadie le hacía caso. En su cara estaba pintada la preocupación, por encima de unas ojeras color violeta intenso.         

-Felicidades, señora, es una niña.-dijo una de las parteras.

Claudia suspiró, aliviada. Nueve meses de temor a que su precioso hijo fuese el varón de la profecía, pero era una niña, por lo que se quedaría.

 -Siento decirle que se equivoca, señora.

Claudia levantó la mirada, y se la clavó a su consejero, que poseía el don de leerle la mente, como cualquier consejero haría con su aconsejado.

 -¿Pero qué estás diciendo, Antón? Por si no te has dado cuenta, es una niña, no es heredera al trono.-replicó enfadada la reina- Se puede quedar conmigo. La profecía decía: <>.-recitó. Era su primer hijo, y era niña, se quedaría con ella, se prometió.

 -Exacto señora -dijo Antón- El heredero al trono suele ser varón, sea el pequeño o el mayor, por pura… -el consejero se dio cuenta que su reina no le hacía caso. Respiró hondo y prosiguió- En la tercera profecía no se especificó si sería mujer u hombre, majestad.

 >Además, necesitamos a un heredero al trono ya, y no podemos aguantar más de nueve meses. El rey está fuera, y usted estará de baja unos cuantos meses…-Antón se arrodillo para quedar a la altura de la reina, tendida en la cama. La miró a los ojos y le susurró.

 -Claudia, mi reina, tu hija es nuestra esperanza, es la última esperanza de todo el reino. Y los dos sabemos, que no queremos que tu hija sufra o muera a manos del Señor Oscuro. Claudia, se te avisó de esto, ya lo sabías. Hay que mandarla a la otra dimensión cuanto antes. Siento muchísimo ser yo quien te lo diga, pero soy tu consejero y también tu amigo. Además, formo parte del Consejo, y ya lo habíamos decidido.-dijo con dureza- La niña se tiene que ir-mientras decía las últimas frases, se levantó.

 -¿Cuánto tiempo tenemos?-dijo Claudia tras un breve silencio.

 -No todo el que quiere, señora.

 Claudia cerró los ojos. Le pusieron la capa de la Reina, y la ayudaron a incorporarse y le depositaron a su hija en los brazos, por primera, y quizá última vez. No pudo evitar un sollozo, y a los segundos, lloraba desconsoladamente.

 -Mi pequeña…mi pequeña…-repetía una y otra vez.

 La tradición era que el rey le pusiera el talismán Real al heredero, pero, en esta ocasión, sería la reina. Bajaron hasta el sótano, donde los esperaba el resto del consejo.

 Mientras ellos estaban reunidos, haciendo el conjuro para abrir la puerta, Claudia miraba a su bebé.

 -Mi niña hermosa. Serás reina conmigo, te lo prometo. Nos reuniremos dentro de unos cuantos años, te lo prometo.-le susurró en el oído.

 La niña, le miraba, atenta. La reina se preguntó si su hija la entendía, y le sonrió.  Los ojos violetas de la reina, se reunieron con los de su hija. Aún era temprano para saber su color, pero la reina estaba segurísima de que eran violetas. Los ojos de las reinas siempre eran violetas. Ella, los había tenido marrones, pero en cuanto ella dio el sí en la iglesia, se tornaron violetas. Los de su hija, al ser de sangre, ya eran violetas.

 -Majestad-dijo Alrol, el jefe del Consejo- Es la hora.

La reina le miró, con profunda tristeza. Le dio un último abrazo a la niña y se la dio.

 Los miembros del consejo rodearon a la niña, ahora depositada en una cuna de oro. Murmuraron un hechizo, y poco a poco, la niña se desvaneció en el aire.

 Fuera del castillo, a las afueras del reinado, había comenzado la guerra. Todo el mundo gritaba y se escuchaba el choque de las espadas, pero aún con todo ese estruendo, se pudo llegar a escuchar el grito de infinito dolor de la reina. Por un momento, todos pararon de luchar, porque todos sabían lo que el grito significaba.

 Los malvados monstruos del señor Oscuro se fueron retirando poco a poco, pero aquel día todos se quedaron con el eco de aquel grito que significaba, aparte de muchas cosas, que correría mucha sangre.

     En la montaña, a lomos de su caballo alado, el Señor Oscuro maldecía.

Había ordenado la retirada, al sentir como un cuerpo se iba de esta dimensión. Comenzó a caminar hacia el castillo, cuando se le ocurrió una magnífica idea, y cambió de dirección.

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  La hermosa y joven reina Claudia, sonreía por primera vez en casi un año. Aunque aquella sonrisa por muy sincera que fuese, le salía una especie de mueca… parecía haberse olvidado de sonreír.

  Saludando al personal que se encontraba en su camino, la reina cruzó el castillo en tiempo récord, y sin pudor, abrió la puerta entrando a la sala donde su marido llevaba a cabo una reunión.

  “¡Claudia!” exclamó el rey. Miró a sus invitados, avergonzado. Estaba manteniendo una conversación con las otras cuatro familias reales. “Cariño, ¿qué haces?” Dirigió una mirada de disculpa a sus invitados.

  “Richard” la voz de la reina era amor contenido. Dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. El rey, al ver aquellas lágrimas, se alarmó. Se levantó rápidamente de su silla y corrió hacia su mujer. La agarró por los hombros y la sacudió muy ligeramente.

  “Claudia, ¿qué te pasa mi amor? Contesta, por favor.

La reina sonrió, y el rey se sorprendió cuando vio sus ojos brillar. La soberana cogió la mano derecha de su esposo que estaba en su hombro y la bajó hasta su barriga, donde la dejó reposar.

 El rey tardó en adivinar lo que pasaba y abrió la boca para decirlo. Pero estaba sin palabras.

  “Vuelvo a estar embarazada” dijo la reina. Al rey se le llenaron los ojos de lágrimas, y en medio de los aplausos se fundió en un beso con su amada reina.

  La noticia de que la reina volvía a estar encinta después de haber perdido a otro hijo que había muerto a los minutos, había llegado con entusiasmo y alegría. Se corrió por todos los rincones de los cinco reinos. Regalos y bendiciones no paraban de llegar para el futuro heredero del reino de Europa y líder de los Cinco.

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Seria, la reina miraba por la ventana, perdida  en sus recuerdos cuando algo tiró de su vestido. Claudia bajó la vista a su pequeño de ocho  años.

  “Mamá” decía “Mamá, papá ya llegó ¡y trajo regalos!” La aguda voz de su hijo llenaba los pasillos mientras cruzaban el castillo. El niño rebosaba de felicidad y no se fijó en la mirada ausente  de su madre.

  Padre e se dieron un fuerte abrazo, y luego besó a su mujer.

“¿Qué te pasa, Claudia?” dijo el rey cuando, terminado de deshacer las maletas y entregado los juguetes a su hijo, se acostó junto a la reina y la acercó a sí abrazándola por la cintura.

  “Es ella” dijo. El rey la entendió y se puso tenso.

  “¿Qué pasa con ella?” la reina se giró para mirar a su marido y comenzó a llorar. Entonces, le contó el mensaje que le había llegado aquella mañana.

  “Eugenia y Manuel tuvieron un accidente de avión cuando venían hacia aquí. Los han encontrado el equipo de Urgencias Mágico, pero ella no estaba allí, mas sí encontraron su talismán Real.” El rey besó las lágrimas de su esposa, asustado “¿Crees que sobrevivió?” dijo.

  “¡Richard, por Dios!” Sollozó la reina.

  “Tranquila, tranquila, lo siento. Nuestra hija es fuerte, Claudia. Y está protegida por dos profecías”

  Y así se quedaron abrazados los reyes, pensando en su hija secreta desaparecida, ya que sin su talismán, no la encontrarían por mucha magia que utilizasen.

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  La reina cayó de rodillas frente a su amiga Eugenia, que había recuperado la consciencia no hacía mucho. La mujer estaba gravemente herida, tanto externa como interiormente. Pero Claudia necesitaba respuestas.

  “Eugenia, mi amiga, por favor, necesito saber… necesito saber si mi hija sigue viva. Por favor” a la reina le saltaban las lágrimas “por favor, contéstame” Pero Eugenia no podía hablar, y día tras día, la reina le visitaba implorándole, rogándole una respuesta que no llegaba.

  Una tarde, perdió la paciencia.

  “¡Sé que sabes la respuesta! ¡Maldita sea, Eugenia! ¡CONTESTA!” Un pitido avisó a las enfermeras los rápidos latidos del corazón de Eugenia, y sacaron corriendo a la reina, pero cuando en la puerta mandó silencio, y tras la orden todos callaron, se escuchó una leve palabra.

  “Sí” La respuesta que tanto ansiaba la reina.


Espero que os guste(LL)

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