6 de noviembre de 2009

CAPITULO 10

EL señor que tenía delante no era normal. La voz que tenía le hacía parecer de unos sesenta años, mientras la persona que tenía delante de mí no tenía más de cincuenta. Su voz no concordaba con su apariencia tampoco, rebosaba de sabiduría, mientras que su chaqueta de cuero negra y sus vaqueros negros…

  Tenía unas gafas que se le bajaban por el puente de la nariz, y que se subía a ratos. Sus ojos de un color marrón verdosos me observaban estupefactos. El poco pelo que tenía era algo canoso, mas su fino bigote ya era totalmente de color blanco.

   Tanto como yo le escrutaba a él con la mirada, éste hacía lo mismo conmigo, y como Leo miraba incómodo a otra parte, yo tomé la palabra.

 -Bueno, señor-dije- en primer lugar me gustaría que me tratase como una persona, y más que esto se suele utilizar, en mi caso esta, así que…

 -Leonardo, ¿quién es ésta?-dijo. Salió de detrás del escritorio y se acercó a mí. Al arrimarse más junto mío, pude observar que sus ojos, aparte del color marrón verdoso, estaba rodeado por un círculo muy pequeño de color rojo.

 -S…s…se llama Tisiana-tartamudeó Leo. Se veía nervioso. Tomé nota mentalmente de preguntarle después el motivo.

 -Severino-le ayudé-Soy Tisiana Severino.

 -Tisiana Severino, y vive en el orfanato de la calle seis-prosiguió Leo.

El señor escuchó atentamente algunos datos que le daba Leo de mí. Agradecí que se saltase la parte de la muerte de mis padres.

 -¿Dieciséis?-dijo el director.

 -Sí, soy algo baja, lo sé, pero tengo casi diecisiete años-le dije yo.

 -¿Cuándo cumple los diecisiete, señorita Severino?-me preguntó.

 -El 17 de mayo-le dije, bajando la mirada.

El director rió.

 -Bueno, no tenga prisa en cumplirlos señorita. La menoría de edad es una etapa exquisita en la que nunca te metes en problemas, y siempre estás bajo el cuidado de tus padres, hagas lo que hagas.

 -Ya, pero yo no tengo padres, ¿sabe?-el director hizo muestra de decirme algo (seguramente pedirme perdón) pero yo le rechacé y seguí hablando- por lo que me queda solamente el orfanato en el que es un martirio vivir, pero es mejor que una casa de acogida. Por lo cual espero con ansia los diecisiete para que solo me quede un año para los dieciocho, cobrar la herencia de mis padres, y largarme de aquí.-terminé.

 -Entonces, ¿su corta adolescencia se trata esperar para luego huir? ¿Qué te dicen tus profesores, pequeña?-me preguntó. Me encogí de hombros, aunque pensando que cada vez que les contaba mis planes se reían de mí diciendo que siguiese soñando.

  Nos quedamos un rato en silencio, hasta que de repente, el director se movió enérgicamente hasta mí y me tendió la mano.

 -¡Qué maleducado soy! Perdóneme, señorita Severino, soy el director de éste internado mágico, mi nombre es Ramón Romero.-asentí con la cabeza, dándole la mano.-¿Nos podría esperar un momento fuera, si no es molestia? Me encantaría hablar a solas con Leonardo.

 Dubitativa, miré a Leo. El pobre se veía con cara de asustado, aunque a mí el señor Romero me había caído muy bien. Pero Leo, era distinto.

 En cambio el asintió levemente, sonrió un poquito, y me abrió la puerta, señalándome un pequeño banco que estaba a la derecha.

 -¡Espere!-dijo el director. Se acercó a mí y me dijo:- Es solo para no llamar la atención-y me puso una mano sobre los ojos, pero sin tocarlos.

 -Permítame decirle, señorita Severino, que cualquier color de ojos que no sea violeta, le queda extrañamente raro.-y rió de su chiste (el cual no tenía gracia)- Pero los ojos marrones son muy bonitos.

 Y tras decir eso, me empujó ligeramente y me cerró la puerta en las narices.

 Me senté en el banquillo fuera del despacho del director. ¿Ojos marrones? ¿Se refería a mí? La curiosidad me corroía por dentro, y entonces recordé que había un baño algo más atrás, así que me dirigí a él. Recordaba que lo tuve a la izquierda por lo que ahora estaría en la derecha. Bien, encontrado, pensé cuando lo vi, y entré.

 Había un par de chicas, que no se dieron cuenta de que yo estaba ahí.

 -Ya tía, fijo que es su próxima novia.-dijo una morena.

 -En eso te equibocas, Elisabeth. Leo-suspiró dramáticamente- no tiene a más novias ya que yo soy la única. Es solo que…bueno, tenemos una relación algo, abierta.-dijo meneando su melena rubia la que estaba a espaldas de mí.

 La morena me vio y carraspeó. La rubia se giró y pude ver que era la de la noche anterior, la que me había aplastado mi mochila, y ahora recordaba, también era la que estuvo sobre Leo.

 -Oh vaya, perdona, no te había visto-sonrió. Elisabeth se le acercó por detrás y le susurró algo a la rubia, a quien se lo congeló la sonrisa en los labios.

 Mientras, yo me había acercado al espejo, en el cual observé mi reflejo. Aunque no podía ser. Aquella chica era como yo antes; cabello castaño que caía sobre mis hombros haciendo algunos bucles y algo despeinado. La misma nariz respingona y labios algo demasiado gordos para mi cara redonda e infantil. Pero los ojos que me dovolvían la mirada no eran violetas, sino marrones, tan normales como los de Mauricio o los de Jotapé.

 A primera vista, parecía totalmente normal, cualquier chica, si iba así al cine, nadie me miraría raro. Nada de exclamaciones y dedos de niños señalándome. Le sonreí a mi reflejo.

 -Así que tu eres la amiga de Leo, ¿no?-dijo. Elisabeth rió por lo bajo.

Inmediatamente paré de sonreír y me volví.

 -Bueno, me suelen llamar más por mi nombre, pero sí, también soy amiga de Leo.-respondí.

 -Bien, bueno, ¿y cual es ese nombre?

 -Tisiana, ¿y el tuyo?

 -Pamela-dijo. Puso una pose tan descomunal que para mí ya tenía mote: “Pamela Anderson 2”

 -Bien, pues, Tisi-me dijo acercándose a mí- yo andaría con cuidado con Leo y a cierta distancia, que ya está ocupado.

 -¿Ah sí?-dije.

 -Sí, está conmigo, así que evita que te vean con él y que se propaguen nuevos rumores.

Yo estaba cabreada conmigo misma por haber pensado cualquier cosa de Leo. Éste había ligado conmigo, ¡y tenía novia! Aunque debo decir que el pobre tiene muy mal gusto. Así que me fui del baño con un ligero “me esperan”, y antes de cerrar la puerta, se escuchó:

 -Sí, seguramente es una elfa. Siempre están encima de…

Medio corrí hacia el banco al lado de la puerta del director, y allí me senté. No habían pasado ni cinco minutos cuando se abrió la puerta del despacho, y Leo salió. Se sentó a mi lado, todo esto mirando al suelo, y allí fue cuando levantó la mirada y me miró.

 -Caray, si que estás rara.-me dijo, alzando una ceja.

 -Bueno, pero normal al fin y al cabo.-dije ruborizándome.

 -Pero Tis, tú no eres normal, y eso me gusta-confesó.

Nos fuimos acercando poco a poco, y cuando ya casi nuestros labios se encontraban, se escuchó una voz que provenía de dentro.

 -¿Señorita Severino?-dijo el director.

Nos apartamos rápidamente, y yo sacudí la cabeza. ¿Pero en que estaba pensando? ¡Estuve a punto de besar a un perfecto desconocido, en una dimensión desconocida, en un internado desconocido! Además, tenía novia. Pero Leo me dio la mano, y se la quedó mirando, jugando con mis dedos.

 -Te va a pedir que te quedes, es lo más seguro. Te quiere conocer y saber porqué el color tus ojos. También querrá saber…

 -Señor Royal, lo que yo quiera decirle ya se lo diré yo, ¿no le parece?- interrumpió el director. Sus ojos se volvieron hacia los míos-Y lo primero que le diré será que me gusta que cuando yo diga algo, se cumpla en el instante-dijo levantando un dedo amenazador. Y dicho eso, volvió a entrar en el despacho.

 Leo tenía la cabeza gacha, y la levantó y me dirigió una mirada intensamente triste, lo cual me sorprendió.

 -Eee…-yo seguía cortada por la escena anterior- ya te dije que yo no soy tan facilonga.-Leo solo subió un lado de la comisura de sus labios, y ahí sí que me preocupé más.-Leo, es solo una charla, tranqui…-le di un apretón en la mano que no me había soltado todavía, y él me lo devolvió.

 -Yo estaré por aquí. Si no estoy en el banco-dijo señalándolo con un gesto de la cabeza-tele transpórtate hacia mí-y se quito un pelo, el cual me lo metió en el bolsillo, acercándose tanto a mí, que solo podía ver sus hombros. No, ahora sus ojos, porque había cogido mi barbilla y había hecho que sólo pudiese ver sus hermosos ojos azules. Se agachó y me besó en la mejilla.

 Después, metió las manos en los bolsillos, y se sentó en el banco, sonriéndome y guiñándome el ojo, como se estaba acostumbrando a hacer, y lo cual me gustaba.

 Yo cogí el pomo de la puerta, y tras mirar una última vez a Leo que ya volvía a mirar el suelo, triste, lo giré y entré.

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