14 de noviembre de 2009

CAPITULO 13

hola amores(L)



bueno..... he aquí el capítulo 13..... y cómo extra del premio... os subo el 14 (la primera parte)

DISFRUTAD!!!:

 EL viernes me levanté incluso antes de que el despertador sonase. Cuando iba entrando al baño, fue cuando sonó y lo apagué. Me metí a la ducha y salí silbando, de buen humor. Bajé a desayunar, y como los últimos tres días, Miguel me estaba guardando un sitio con un par de tostadas, leche y alguna cosa más. En realidad era agradable. También un dolor en el culo, ya que no me dejaba sola, casi ni para ir al baño. Pero estaba bien sentir que te querían de vez en cuando, y la mirada de Miguel era como un libro abierto solo que de color azul cielo.

 Me sonrió cuando tomé asiento a su lado.

-¿Cómo te encuentras hoy?-me preguntó.

Yo le sonreí después de saludar a Jotapé y a Melisa.

 -De muy buen humor, e impaciente. Estoy ansiosa de que llegue la cita de hoy-en cuánto lo dije, supe que tuve que haberme callado, ya que posiblemente (por no decir, seguramente) Miguel malinterpretaría mis palabras.

 -Yo también, aunque-dijo Miguel volviendo su mirada a su plato-seguramente por algo distinto que tú. De verdad, no entiendo por qué quieres mentir al chico.

 Me llevaba dando la vara toda la semana. Como bien había dicho Jotapé, fue fácil; el chico ya estaba asintiendo incluso antes de terminar, y siguió después de que le pusiese unas normas cómo: sólo serás mi pareja el viernes con horas contadas, o cosas así. Definitivamente si Miguel fuese perro, movería la cola.  

 Sonreí ante ese pensamiento, y Miguel me miró, ceñudo, haciéndome recordar la pregunta que me quitó el buen humor de golpe. Terminé mi tostada y con rápidos tragos terminé mi leche, cogí dos panecillos y me levanté.

 -Ya te dije que no te importa, Miguel. Tú solo preocúpate por interpretar el papel de novio perfecto.

 -¿Es que le quieres dar celos?-me preguntó Miguel. Miré a Jotapé y de vuelta a Miguel, pero no contesté.- ¿Tanto te gusta?

Entrecerré los ojos, y salí del comedor. Subí rápidamente a mi habitación refunfuñando. Empezaba a pensar que Leo de verdad me gustaba, era solo que eso no me podía pasar. Él tenía una novia, aunque ésta fuese, bueno, una zorra con todas las palabras. En mi habitación, cogí mi mochila y salí hacia mi colegio.

 Mi instituto estaba a unas calles, nunca quise ir dentro del orfanato ya que pasaba (desgraciadamente) todos los días allí encerrado, por lo que mis amigos y yo (y la mitad del orfanato a partir de los diez u once años) estábamos en el instituto María Aguirre. Quedaba a unas manzanas del orfanato, tan solo unos diez minutos andando, pero al ir sola y concentrada como estaba en llegar tan cinco unos minutos.

 Cómo ésta última semana, las clases pasaron lentas, mas yo estaba en una nube, soñando con Leo, la cara que pondría. Los momentos que pasamos juntos, el “casi” beso, que cada vez deseaba que hubiese sido totalmente un beso.

 Al final de las clases, Miguel me estaba esperando en la salida. Puse mis ojos en blanco y me acerqué a él.

 -¡Mi amor! ¿Cómo te ha ido el día? La verdad…-¿qué?

 -¿Pero qué dices? Ya te he dicho que no me llamases amor…-Miguel abrió mucho los ojos, y con un gesto de la mano sobre el cuello, me dijo que cortase. Con la cabeza señaló detrás de mí, dónde estaba Leo mirando.

 -¿Problemas en el “paraíso”?-dijo, haciendo comillas con los dedos. Bufé.

 -¡Ja! Que ya te lo crees tú. Es solo que estoy enfadada con él…-mi cerebro funcionaba a toda velocidad, pero se distraía con preguntas que tenían un mismo núcleo: ¿qué hace Leo aquí?

 -…Ayer teníamos una cena romántica porque hoy es nuestro aniversario, y no me presenté porque me quedé dormido-me salvó Miguel, agarrándome, en un gesto posesivo (que me gustaba, por cierto) por la cintura- Pero no veo porqué te tengo que contar esto.

 -¡Vaya! Hoy es vuestro aniversario. ¿Y porqué cenasteis ayer?-preguntó Leo alzando una ceja. Yo me iba poniendo nerviosa a ratos, mirando al suelo, nunca fui muy buena mentirosa. Pero Miguel seguía hablando.

 -Ya te he dicho antes que no te importa, pero, fue porque tenemos una cena hoy, y queríamos tener un momento a solas-me miró y sonrió-y hacer lo que en público no podríamos hacer.

Leo se comenzó a poner rojo, o de ira, de celos o de ambos. Yo sonreí. De repente, se puso serio.

 -¿Cuánto tiempo lleváis?-me preguntó.

 -Dos semanas-respondí al tiempo que Miguel decía:

 -Un mes.

Miguel y yo nos miramos, y levantando las manos, dije:

 -Un mes y dos maravillosas semanas-cogí la cabeza de Miguel, la acerqué a la mía, y rocé mi nariz con la suya en un gesto (aparte de cursi y horrible) cariñoso. Leo apretó los puños, aunque su cara estaba sonriendo.

 -Bueno, nos vemos a las seis y media frente a vuestro portal. Adiós, y se fue prácticamente corriendo.

 -Gracias-le dije a Miguel mirándole a los ojos- A sido muy bonito de tu parte, y has sido rápido también-sonreí.

 -Ya, bueno, no ha de qué-me soltó, se sonrojó, y se tocó el pelo en acto de timidez.

 -¿Cómo sabías que era él?-le pregunté curiosa, mientras comenzábamos a caminar hacia el orfanato.

 Miguel se encogió de hombros.

 -Lo reconocí de la fiesta del sábado pasado. No sé-se volvió a rascar la cabeza- también lo supuse, pero estive casi completamente seguro ya que cuando saliste por la puerta, te miró medio sonriendo comenzó a caminar hacia ti hasta que te vio viniendo hacia mí. Entonces comenzó a ir más despacio.

 -Gracias, Migui, eres realmente un buen amigo-le di un beso en la mejilla y salí corriendo en dirección hacia Jotapé, al que había divisado en la otra acera, pero antes escuché decir a Miguel algo sobre “esfuerzo malgastado” y “sólo amigo”.

Llegué al orfanato junto a Jotapé y Melisa, que se nos había acercado después.

 -Bueno, entonces ¿cuándo y dónde?-preguntó Melisa mirándome.

 -A las seis y media frente al portal. –Me di la vuelta, de repente con ganas de andar sola, y despidiéndome con la mano dije cariñosamente- Que os den.

 

  He de admitirlo, estaba nerviosísima. Mirando la poca cantidad de ropa que había en el armario, suspiré. No sabía qué ponerme.

 Uno, era muy escotado, otro demasiado no escotado, el siguiente muy usado, el otro patético y éste-cogí algo de color negro en el fondo- era de mi madre.

 Con lágrimas en los ojos, vi un precioso vestido negro que brillaba. Era palabra de honor, con una florecita en el lado derecho, y un lazo justo debajo de dónde deberían ir los pechos. Prácticamente me arranqué la ropa que tenía puesta, me cambié de sujetador a uno sin tiras color negro que tenía, y me lo puse.

 Era increíble, ya que siempre he recordado a mi madre algo más grande que yo, aunque cuando ella vivía, yo siempre había sido más baja.

 Me até por detrás un lazo algo improvisado y me miré al espejo. Para qué mentir, me quedaba estupendamente; me realzaba los pechos, y me quedaba pegado hasta la cintura, realzando también mi figura, y después caía algo suelto hasta unos dos o tres dedos por encima de mi rodilla. Me cepillé el pelo, cogía unas botas bajas con algo de tacón, me repasé la línea de ojos negra y salí por la puerta.

 Ya era uno de octubre, y al estar el cielo encapotado, ya había casi anochecido. Salía del orfanato dirigiéndome al portal cuando una brisa fría me envolvió. Me abracé a mí y maldecí  no haber cogido una chaqueta. Decidí ir a por ella cuando divisé al grupo de mis amigos. Qué demonios, pensé y me encaminé hacia ellos.

 -Hola, chicos-dije levantando una mano a modo de saludo.

Ellos pararon de hablar y se volvieron a verme, y cada uno puso una expresión mientras me miraban de arriba abajo.

 Jotapé tenía una media sonrisa llena de satisfacción.

 Melisa, con su mini (pero mini mini mini que casi de le veía todo)  vestido color amarillo chillón –demasiado para mi gusto- me miraba con los ojos abiertos y en la cara escrita la expresión de: ¡Tiene piernas!, vamos, al menos para mí.

 Y Miguel… Miguel me miraba fascinado. Alucinado. Adorándome con la mirada haciéndome ruborizar por pena.

 -Bueno, ¿qué?-dije, intentando que la voz no me sonase forzada- ¿Os vais a quedar ahí parados como unos panolis?

Ante esa palabra, reaccionaron: se rieron conmigo.

 -Es que estás…-comenzó Miguel.

 -Perfecta-dijo Jotapé.

 -Irreconocible-dijo Melisa, recobrando la compostura y mirándome con una extraña mirada.

 -Hermosa-finalizó Miguel, acercándose a mí y dándome un beso en la mejilla.

No me dio tiempo a contestar –gracias a Dios- porque llegaron dos coches. No, coches se quedaba corto. Uno era un deportivo negro, precioso, que reconocía del sábado anterior ya que casi me atropelló: era el coche de Leo. El otro automóvil era un Jeep, también negro, hermoso, gigante.

 -Guau-dijimos todos.

 Del deportivo salió Leo y con una sonrisa, que se volvió forzada en cuanto vio la mano de Miguel sobre mis hombros, se nos acercó.

 -¿Listos?-preguntó.

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