23 de noviembre de 2009

CAPITULO 17

HOLAA!! Siento la tardanza, de veras, pero bff!! Esta semana es la semana ya saben, aquella en la cual nos ponen todos los malditos exámenes, por lo que SORRY SORRY y SORRY, pero hasta el sábado o domingo no subo el 18, al menos que tenga huequitos en el cual pueda escribir (:  (creedme me escapo siempre que puedo) PERO seguiré subiendo alguna que otra cosilla, como mas tarde, subiré un trabajo (que quien no quiera no lea) pero que me gustó bastante la idea -se me está ocurriendo alguna cosilla en mente (; - bueno, que es un trabajo de lengua... y aver si os gusta, pero ahora SIN MÁS ROLLOS, EL CAPÍTULO 17



  TODO el mundo se quedó en silencio, mirando de en hito en hito a Leo, Pamela y luego a mí. Leo se había quedado con los ojos completamente abiertos, mirando hacia Pamela. Por mi parte, tras unos segundos en shock, me aparté de ella muy enfadada, y le dije:

 -Mira, Pamelita, si estás celosa de que vaya a venir a este colegio, no es mi asunto. Si estás celosa de que yo tenga los ojos violetas y tú verdes, no es mi asunto –comencé a decir cosas al azar- Pero desde luego, que digas semejante barbaridad delante de mis futuros compañeros, dejándome en ridículos, desde luego que es mi asunto. Así que te voy a dejar las cosas claras-levanté un dedo, y di un paso hacia ella- Uno, No  soy de la realeza, así que ésas miradas de susto desaparecerán. No voy a subir al trono, no soy hija de la reina -miré hacia todos- así que no me miréis así. ¿Mis ojos? Una hermosa coincidencia.

 Fruncí el ceño, insegura de si todos lo habían captado. En serio, ¿cómo te sentirías si te mirasen de aquella forma?

 -Y segundo-levanté otro dedo- sí que voy a hacer pruebas. No vine antes a éste internado porque…- se me trabó la voz. No quería contarles nada acerca de mí. Y menos que era huérfana, para que me mirasen con esa cara de lástima- … porque no se me ha podido venir antes, porque nadie me lo había dicho.

 Mi alrededor se quedó en silencio. Un silencio muy incómodo que fue roto por Pamela.

 -Bueno, lo que quieras, pero la próxima vez que me señales con cualquier cosa de tu mugriento cuerpo, te tragas la tierra. O bueno, mejor, la tierra te tragará a ti. Literalmente.

 Se tocó suavemente el pelo rubio, y se dio media vuelta.

Leo poco a poco se acercó a mí.

 -Vayámonos a casa-dijo.

 -Sí, larguémonos.

Me cogió por detrás los hombros y cerré los ojos.


 Los abrí lentamente, no tenía prisa, y vi mi habitación. Con esas paredes rosa pálido tan horribles, que ahora me parecían estupendas. Siempre me gustó no compartir la habitación, ya sabes, imagínate si te toca cualquier compañera: una que no se baña, una desorganizada, una fiestera, una llorona, una que le encanta escuchar música a tope… aunque esto último a mí también.-

 Mi cama, con el respaldo pegado a la pared que está justo frente a la puerta del baño, tenía montones de peluches; la mayoría me los había dado Manuel, mi ex, el novio de Sara, el amor platónico de Melisa.

 El baño, de un color blanco sucio, me ponía siempre de mal humor, sobre todo por el espejito que tenía. Había una bombilla que tintineaba por lo vieja que estaba.

 Mi armario era pequeñísimo, y mi ropa estaba apelotonada ahí dentro como pudiese.

 Una ventana, al lado izquierdo de la cama, con unas flores que habían sido hermosas, pero ahora estaban muertas.

 En general mi habitación era muy pequeña, pero era mi casa, mi refugio desde la muerte de mis padres, y tenerme que mudar, sería muy duro. Y más si compartía habitación con alguien. Era la parte que más miedo daba.

 Leo, estaba sobre mi cama, y me acerqué a él. Su pecho se movía hacia arriba y hacia abajo acompasadamente por lo que supuse que estaría dormido.

 Se veía tan…hermoso, ahí tendido, y también vulnerable. Su pelo negro le caía sobre los ojos, un pelo suave y sedoso. Se lo cuidaba, fijo. Su piel bronceada con un diez en cutis hacía de su cara una perfección absoluta. Aquellas pestañas, que me fijaba ahora, eran también negras como la noche. Sus labios…esos labios carnosos que me sonreían a menudo con una pícara sonrisa que hacía que me derritiese por dentro. Esos labios que te incitaban a besarlos, algo que me moría por hacer, pero que nunca lo confesaría.

 Su cara era totalmente angelical, todo lo contrario a su cuerpo.

Tenía una camiseta negra que se le ceñía un poco al cuerpo, mostrando algunos cuadraditos. Mis tripas se revolvieron. Éste chico estaba como un tren, es como el tipo de personas que van por la calle, y que hacen que te des la vuelta para volver a mirarles. Se volvieron a revolver mis tripas, y me cogí la barriga. Consulté en el reloj de Leo que eran casi las dos y media de la tarde, y ni había desayunado, así que di media vuelta, y antes de cerrar despacio la puerta, dirigí una última mirada a Leo, aquel chico del que me estaba enamorando, a mí pesar.

 Bajando las escaleras con el ceño fruncido, pensé en las pocas posibilidades que tenía con él. Vale, sí, me quería, ya lo había notado-me puse roja al recordar las escenas de aquellos besos robados- y me respetaba: le había pedido que sólo fuésemos amigos, y por ahora lo ha cumplido. Pero para él, era una chica de casi… dieciséis años con unos ojos bonitos, perdida en un mundo que pensaba suyo, que al parecer no lo era. Si me quedase en el orfanato, no pasaría nada, se intrigaría por mí. En cambio, si voy al internado mágico, me verá todos los días, se terminará dando cuenta de que soy una idiota con ojos violeta, pero nada más, y se cansará de mí. Suspiré. Seguramente después, iría con Pamela Tetas Falsas.

 En el comedor del orfanato hoy había pasta. Cogí un plato y me senté al lado de Jotapé, quien me miró y con los ojos me preguntó que tal me había ido, vamos, eso fue lo que interpreté.

 -Bien, ya está casi todo listo, la semana que viene, el viernes exactamente, ya estoy allí. Pero…

 -¿Pero?-dijo él, imitando mis susurros.

 -Tengo miedo Jotapé.

 -¿De qué? –preguntó Melisa, sentándose a mi lado.

Jotapé y yo nos incorporamos y comenzamos a balbucear cosas sin sentido. Melisa entrecerró los ojos.

 -¿Qué me ocultáis?

 -Nosotros no te ocultamos nada-dijo Jotapé. Negué con la cabeza, pero enseguida me puse roja al saber que estaba mintiendo.

 -Vale, Tisiana, sé que estas mintiendo, pero ¿por qué? Me podéis contar lo que sea, que no se lo voy a decir a nadie –y como si quisiese que dudásemos de ella, miró a la mesa en la que estaba sentado Manuel.

Le iba a contestar, cuando la directora asomó la cabeza y me llamó. Me levanté apresuradamente y choqué contra alguien, quien cuando alcé la vista, vi que era Manuel.

 -Hola preciosa, ¿intentando un encuentro?-dijo con esa voz grave tan sexy.

 -Deja paso, Manu.

Y comencé a ir hacia el despacho, pero Manuel me seguía los pies.

 -Oye, hace ya años que rompimos, ¿por qué no lo has superado?-dijo.

 Me quedé en el sitio, congelada, y volteé la cara hacia él.

 -¿Perdón?

 -Sí, vamos nena, ¿Miguel y tú? Por favor-dijo echándose a reír. ¿Cómo sabía él eso? Miguel desde luego no se lo contaría, tendría miedo a que no le volviese a hablar, y Jotapé… no, el nunca haría eso.

 -Melisa-escupí.

 -Pero tú me gustas más que tu amiga, ya lo sabes –se acercó a mí- incluso más que Sara. Siempre hemos tenido química tú y yo.

Aaaarg, Manuel me echó el aliento en la cara, y casi puedo jurar a que no cogió pasta, sino otra cosa…

 -Manuel, lo que yo haga o deje de hacer, no es asunto tuyo-me aparté de él y comencé a andar. Manuel me seguía, suspiré, ya quedaban unos metros para el despacho.

 -Tienes razón –dijo parándome en el último momento–Pero, soy yo quien no lo ha superado. Tú ya saliste con Miguel, y te has enrollado con alguno que otro más, pero yo sólo estoy con Sara porque besa casi tan bien como tú- me sonrojé ante aquel comentario. Giré un poco el pomo de la puerta.

 -Pero si me dieses otra oportunidad…-terminé de girar y entré.

Bien, imagínate a una adolescente que se aburría mucho y decidió ser puta hasta los veinte, y luego sólo se hizo zorra. Ahora imaginaos una gran zorra de cuarenta y muchos años, sobre maquillada que pretende tirarse a cualquiera que dirige un orfanato de monjas. Bueno, ésa es mi directora. Era patética, con esas falditas que ni yo llevaba tan cortas, los tacones de diez centímetros, ¡y las monjas ni mu! Patético.

 -¿Me llamaba Srta. García? -¡A los cuarenta años y seguía queriendo ser señorita!

 La Srta. García alzó sus oscuros ojos y los dirigió hacia mí.

 -Sí, dentro de una hora vendrá una pareja que está interesada en una chica de dieciséis años, y me gustaría que tú y tus amigas, fueseis a la entrevista, os quiero dentro de veinte minutos en la entrada. Ya te puedes ir –y con un gesto de la mano, me echó.

¿Una familia interesada en chicas de dieciséis años? Eso me olía muy mal. Ya sabes, las parejas suelen adoptar a niños entre meses y seis años. En esa edad sólo estábamos Melisa, dos chicas más y yo. Mi orfanato no era muy grande, no. Así que avisé a Melisa y nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones a cambiarnos y a los veinte minutos estuvimos abajo las dos, asustadas pero firmes, ignorando las miradas envidiosas de los demás.

 Supe de que iba cuando vi entrar una hermosa y joven mujer pelirroja, alta, delgada, bien vestida, y con una sonrisa que incitaba a sonreírle, pero no fue ella quien me llamó la atención, sino el señor que estaba junto a ella, sonriendo también, pero forzadamente. Le faltaba pelo, las gafas caídas sobre el puente de su nariz, dejaban ver sus ojos color marrón verdosos, aunque yo sabía que a su alrededor había una circunferencia roja. Le sonreí al Sr. Romero.

 Mientras yo me fijaba en ellos, la directora había comenzado con la típica charla: presentaciones, servicios, notas…bla bla bla, y entonces fue cuando llegaron las entrevistas individuales. Después de salir Melisa y las demás chicas, entré yo. El señor Romero me presentó a la joven como Laura, su mujer.

 -Es un honor, Srta. Severino –dijo inclinándose.

 -Claro –dije.

 -Bien, le vamos a adoptar a usted –dijo el Sr. Romero- Eso está claro. La mudanza será el jueves por la tarde, justo para sus pruebas que comenzarán a las siete, y las clases las empezarás el viernes a las siete de la mañana. Su habitación es, recuerde, la 364  su compañera es Iara. El horario, libros y demás cosas así se le entregarán el jueves o el viernes, pero no se preocupe, usted estará en todo momento enterada de todo. Bueno suspiró y abrió la puerta- Ha sido un placer conocerla Srta. Severino.

 Salimos a la puerta principal, donde estaban Melisa, Ana y Lola –las otras dos.

 -Ya tenemos una respuesta –desde luego, nadie (menos yo) se esperaban una respuesta tan rápida. La directora de mi orfanato comenzó a decirles que no tuviesen prisa, que se tomasen su tiempo.

 -Pero nosotros llevamos esperando esto mucho tiempo, y ya tenemos la respuesta –volvió a decir Laura, y miró a su marido a los ojos, como una buena y enamorada pareja.

 -Sentimos todo esto, nos llevaríamos a todas, de verdad… -comenzó a decir Laura, pero Romero la interrumpió.

 -Mujer, no las asustes, ve al grano.

 -Bueno, sabemos que es raro eso de coger a una chica de dieciséis años, es solo que no queremos niños pequeños –dijo, mirando al suelo- Pero bueno -volvió a alzar la vista sonriendo –Nuestra nueva integrante de la familia, será –dejó unos minutos el “suspenso” en el aire –Tisiana Severino.

Aplaudieron todas, mientras yo forzaba una sonrisa y depositaba dos besos en cada mejilla de mis “padres”.

 -Nos vemos el jueves, pequeña –sonrieron Laura y Romero.

 -Claro –susurré- Nos vemos el jueves.

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